Monday, August 18, 2025
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La dulce tentación

Año 1998.

Ponce.

Wilfredo recogía sus cosas del escritorio y las echaba en una pequeña caja, pues era su último día como propagandista médico.

La compañía para la cual trabajaba no continuaría produciendo las bombas penianas que Wilfredo salía a vender, ya que la competencia los aniquiló al sacar un nuevo producto que prometía ser más efectivo para arreglar el problema de los bichos mongos: la pastilla Viagra.

Por muchos años, visitó cada oficina médica del pueblo -a veces casa por casa- e iba ofreciendo una tecnología que ayudaba con la disfunción eréctil; incluso, en más de una ocasión, Wilfredo se bajó los pantalones en los despachos médicos y probó la máquina con su propio pene, solo para demostrar cuán efectivo era el aparato.

Así de mucho, Wilfredo amaba su profesión.

Este hombre de piel tostada por el sol, encías oscuras, peste a cigarrillo y rostro cansado le había prometido a su esposa Nélida que vacacionarían en Boquerón, pues llevaba diez años sin sacar una semana para descansar y disfrutar del mar.

Los planes habían cambiado con su despido, además su cuenta de ahorro estaba vacía debido a que hace un tiempo le dio el dinero a su esposa para que se hiciera unos implantes de senos que lamentablemente el cuerpo le rechazó. La mitad de los ahorros se fueron en esa operación estética y el resto del dinero se utilizó para los gastos de las hospitalizaciones, ya que estuvo varias veces entre la vida y la muerte producto de una bacteria que adquirió en la clínica dominicana donde le colocaron las falsas tetas.

Ahora mismo Wilfredo tenía la calma de El Joker antes de prenderle fuego a un orfanato, y lo más que le molestaba es que la compañía lo despidió solamente a él, no sin antes decirle que necesitaban más propagandistas médicos jóvenes. Después de años de lealtad a la empresa, lo botaban porque era muy viejo.

Wilfredo había vivido los mejores años de la industria, le dejó mucho dinero a la compañía y nunca imaginó su vida sin estar allí.

-Disculpa, don Wilfredo, quiero preguntarle si puedo moverme a este escritorio una vez se vaya. -Era Karla, una compañera que tenía los peores números de la compañía, quien interrumpió el difícil momento del maduro caballero.

El hombre la mira con apatía, sin mostrar la mínima expresión.

-Sabes que deberían botarte a ti en vez de a mí, ¿verdad? -Obviamente, a don Wilfredo no le olían ni las azucenas esa mañana de aquel fatídico lunes.

-¿Perdón?- Karla genuinamente estaba confusa, solo fue a despedirse de su nuevo excompañero y él le disparaba esa pachotá.

-Tú sabes que aquí quien hacía los números más mierdas eres tú. Los jefes debieron botarte a ti, no a mí. Tú vendes menos que un tecato de CREA vendiendo bolsas de basura. ¡Mojona! -El hombre continuaba echando las viejas fotos de los antiguos compañeros y otros retratos en los que aparecía junto a modelos de No Te Duermas.

Karla se quitó los espejuelos molesta y abrió los ojos tan grandes que sus pestañas le rozaban el cerquillo.

-Tengo peores números que tú, pero tengo algo que no tienes, Wilfredo: JUVENTUD. Cágate en tu vida, viejo pendejo. Ojalá se te pudra la caja de dientes y te dé cáncer en la boca. Vete a tu casa a morir en el sofá, hijo de puta. -Karla le sacó el dedo del corazón y se marchó.

A pesar de que le dolió en la última fibra de su corazón, Wilfredo no respondió el insulto… Karla tenía razón: ella tenía juventud, mientras que él ahora se retiraba forzosamente de la compañía a la que dedicó tanto de su tiempo.

Con la caja llena de fotografías, viejos certificados de “Propagandista médico del año” y mucha nostalgia, Wilfredo salió del lugar arrastrando los pies, sin despedidas ni honores.

Sentado en su Honda Accord ‘96 comenzó a pensar en qué haría ahora que estaba desempleado. No podía aceptar el retiro, tampoco tenía dinero para mantener las deudas del hogar; su esposa con tetas inexistentes no trabajaba y para él sería una vergüenza ser parte de la tasa de desempleo.

Piensa, viejo de mierda. ¿Para qué puedes servir a tu edad?”… Wilfredo se autoflagelaba a sí mismo con los pensamientos.

Piensa… piensa”, Wilfredo repetía las mismas palabras a la misma vez que se golpeaba la frente con el guía del vehículo.

El ruido de algo extraño que chocó en el cristal hizo que Wilfredo se detuviese. Levantó la cabeza y observó que había una toalla sanitaria llena de sangre en el parabrisas. El Kotex bajó poco a poco por el cristal dejando una estela de fluidos vaginales a su paso.

Frente al Accord estaba Karla, que volvió a sacarle el dedo del corazón, le repitió a Wilfredo que era un viejo pendejo y se alejó del carro.

Wilfredo encendió el motor, sacudió la toalla sanitaria con el wiper, y salió por última vez del estacionamiento de su empresa. Al mirar por el retrovisor, estaba Karla con sus manos haciendo la señal de equis sobre su chocha y riéndose como una desajustada en el estacionamiento, a la misma vez que gritaba que el escritorio ahora era suyo.

Tres luces después, Wilfredo conducía lentamente, sin rumbo ni destino; no quería llegar a su casa y tampoco dejaba de pensar en cuál podría ser la nueva forma de conseguir dinero. El anciano estaba claro de que si en algo era bueno era vendiendo, así que debía buscar un nuevo producto y una nueva clientela.

-¿Pero, vender qué carajo? -La mente de Wilfredo se continuaba carcomiendo con la duda. En la marcha el hombre observó que varios estudiantes estaban en una tiendita de dulces frente a la escuela Abraham Lincoln del barrio Bélgica… y al verlos, algo en la chola de Wilfredo hizo una chispa.

-¿Dulces? ¿Montar una tienda de dulces? -Wilfredo continuaba buscando las respuestas en su cabeza.

El caballero -cuyo vello parecía que quería escapar de su nariz- detuvo el vehículo al lado de la escuela y comenzó a fijarse en el comportamiento de los estudiantes, quienes se empujaban en la fila de la tiendita solo para obtener un Icee con una empanadilla. Otros eran tan pobres que buscaban centavos en el piso para curar su adicción al azúcar.

Y como la musa es igual a los venados -que solamente se acercan cuando hay calma- una idea se le acaba de ocurrir a Wilfredo: vender dulces a los niños… con droga.

Wilfredo no solo les sacaría dinero a los menores, sino que los aniquilará en el proceso. Rápidamente, pensó en la vestimenta que debería usar para atraer a los pequeños clientes: disfrazarse de payaso.

Al próximo día, Wilfredo regresó disfrazado -según él- de payaso, aunque realmente pareciera un deambulante que se puyaba crack. Además, se le ocurrió caminar de forma diferente, y comenzó a andar como si fuera un zombie.

Wilfredo no parecía un inocente payaso que quería ganar la atención de los niños, sino que lucía como un asesino de película de los años setenta que merecía recibir un cuchillazo en el abdomen. El tipo era un excelente vendedor, pero como productor de vestuario, el cabrón era un asco.

Jensen, un majadero niño que posaba su pierna en la verja de cyclone fence como si fuera un títere, nota que Wilfredo camina hacia la escuela.

-¿Quién carajo tú eres, socio?- Jensen definitivamente es algún tipo de bichotito escolar.

Wilfredo continúa casi arrastrándose, como si fuera un tecato que tiene en la pierna una herida en carne viva.

-¡Saludos, amiguito!- Wilfredo le responde intentando darle su sonrisa de vendedor, pero los niños reconocen la falsedad, y más cuando viene de un hijo de puta.

-Yo no soy tu amiguito, mamabicho. ¿Quién carajo tú eres, cabrón? -Jensen no se levantó de buen humor, hoy no era su día, pues su mamá le hizo unos pancakes quema’os sin syrup.

-Tranquilo, niño tierno. ¿Quieres ser mi amiguito? -Wilfredo era pésimo para tratar con menores, y en vez de vendedor, parecía un posible pedófilo.

El niño de tez humilde tenía sospecha de las intenciones del deambulante con peluca de payaso.

-¿Para qué quieres ser mi amiguito, Remi? ¿Por qué carajo tienes una peluca de payaso? -Jensen quería una respuesta sincera.

Wilfredo pensó unos segundos su próxima movida, era su última oportunidad para ganar la confianza del niño.

-Tengo drogas. ¿Quieres, amiguito? -Wilfredo extendió su mano y le mostró unos Cherry Clan rociados con spray de muerto.

Jensen observó los coloridos dulces y tomó uno. Lo saboreó, y agarró dos más para rápidamente echarlos en su boca.

-¿Te gustan, amiguito? -Wilfredo le daba la misma sonrisa que Freddy Krueger a sus víctimas en la madrugada.

Jensen afirma con su cabeza, mientras mastica como si estuviese probando el fruto prohibido del Edén.

Wilfredo se acerca al niño arrastrando su pierna, y le dice “la próxima no va a ser gratis, amiguito. ¿Quieres más? Tienes que darme tu dinero”.

El malicioso niño se queda reflexionando unos segundos, hasta que se le ocurre una mejor idea.

-Puedo traerte más clientes de la escuela, pero mi droga tendría que ser gratis. -Jensen era un negociante natural.

Wilfredo aceptó la oferta, no sin antes amenazar con que si contaba algo del negocio a la principal o alguna maestra, tendría que matar a su madre y a sus hermanitos. El niño aceptó la propuesta y le prometió hacer a todos sus amiguitos viciosos.

Ayer Wilfredo no sabía qué hacer… y hoy tiene un socio de negocios.

Esa tarde, Jensen convenció a un compañero llamado Oscar para que probara los dulces con droga que ofrecía Wilfredo. Al ver al hombre con peluca de payaso, el niño del salón especial le preguntó a Jensen si confiaba en él.

-No confío en él, Oscar, pero cuando pruebes sus dulces verás que valdrá la pena. -Sin duda alguna, Jensen tenía el carisma de un vendedor de carros usados.

Wilfredo se acercó a los niños con sus dientes amarrillos saliendo de su boca por la alegría, Jensen había cumplido su palabra al traerle clientes.

-Hola, ¿cómo te llamas niño negro? -El anciano ahora caminaba encorvado, mientras fumaba un cigarrillo.

Jensen observa a Oscar -quien le devuelve la mirada-, pues él no se identifica como un niño negro, a pesar de tener rasgos africanos y piel de ébano. “Se llama Oscar”, responde Jensen, quien tuvo que darle velocidad al momento porque sino estarían allí toda la tarde en la transacción.

Wilfredo saca de su mano los dulces con droga, Oscar abre el puño que tenía muchos centavos y se los entrega al anciano, quien reía porque sabía que había metido a otro niño al vicio.

El carabalí echó los dulces a su boca, y una euforia lo invadió.

La receta era sencilla: spray de muerto, un poco de perico, Proventil, combinado con mucho azúcar hacen una fórmula ideal para un niño.

Antes de irse, Wilfredo le dio más dulces a Jensen, quien ya estaba rascándose producto de la ansiedad que le daba el no estar bajo los efectos de euforia que le provocaba la droga.

Al día siguiente, Wilfredo regresó con el mismo ajuar a la escuela, y Jensen lo esperaba para decirle que había conseguido más clientes.

¡Bingo! ¡El niño lo llevaría de vuelta al dinero!

Durante las siguientes semanas, el vendedor de drogas había ganado muchos clientes de diferentes grados, siendo Jensen su mano derecha y reclutador estrella. Era normal que la relación paternal se fuera cultivando.

En más de una ocasión el anciano le regaló cigarrillos al niño, y le dio de probar nuevos dulces drogados que aún no estaban a la venta. Le estaba yendo muy bien a Wilfredo, y con una inversión mínima, generaba dinero fácil gracias a unas criaturas estúpidas.

-Jensen, no puedo decirte que te he cogido cariño como a un hijo, porque la realidad es que a veces me das asco… especialmente cuando desayunas Chef Boyardee y vienes con la cara llena de salsa. ¡Y ni hablar de tu mal olor! -Wilfredo comenzó a reír porque la realidad es que a veces el menor le causaba repulsión.

El padre de Jensen estaba preso en la cárcel Las Cucharas desde que él tenía seis meses de edad, y quería conseguir dinero para ir a verlo en guagua pública. Wilfredo le había prometido que si le traía diez clientes más, le daría el dinero para que fuera a visitar al papá a la prisión. Jensen trabajó muy duró por días en su fase de reclutador, y ya solo le quedaba conseguir sólo un cliente.

-Jensen, maricón, hoy debe ser un gran día. Te falta uno más, y no solamente te voy a dar esos chavitos cuando me traigas a uno de tus compañeritos, sino que te entregaré los dulces más cabrones para que se los des a probar a tu pai.

El niño sonrió.

Aprendió que el sacrificio siempre trae consigo un gran logro.

La charla fue interrumpida por el timbre, y Jensen se tuvo que ir para el salón de clases.

Wilfredo caminó con su típico andar de muerto viviente y le gritó al chamaquito que hoy su vida cambiaría.

El niño no le hizo caso, los adultos a veces suelen ser complicados y es mejor oírlos sin prestarle atención.

La mañana corrió con normalidad: la maestra daba la clase, los estudiantes la ignoraban y Jensen escribía en su libreta una carta para su padre. Misis Jiménez escucha una discusión en las afueras del salón, y al salir nota que Oscar está agarrando a Ciego -un estudiante no vidente- por la camisa y amenazando con tirarlo por las escaleras si no le da su droga.

Antes que la maestra pudiera gritarle que no lo hiciera, Oscar había lanzado a Ciego por las escaleras, quien se le partió la clavícula. Oscar intentó escapar, pero fue detenido por Machaca -la janitor de la escuela- que le partió un palo de escoba en el centro de la espalda para frenar su huida.

El niño recibió el impacto del escobazo lleno de dolor, y así mismo fue llevado a la oficina de la directora.

A preguntas de la directora Caraballo sobre el porqué hizo un acto tan vil como un intento de homicidio a un estudiante que carece de la vista, Oscar le respondió que lo hizo bajo los efectos de los dulces con drogas.

-Así como lo escucha, misis. Intenté matar a Ciego por culpa de las drogas que me vende Jensen. -Oscar era un hijo de puta que se iba a escudar detrás del vicio, y si esto no funcionaba, sacaría la carta del retardado del salón especial.

-¿Entonces Jensen te está vendiendo drogas? ¡Traigan a Jensen! -La directora no iba a permitir que su escuela fuera un punto, y menos en una zona libre de drogas y armas.

Jensen fue llevado a la oficina, y antes que pudiera responder la pregunta de si estaba vendiendo drogas, unos agentes aparecieron.

La orientadora llegó con su abultado expediente, confirmándole a los policías que el chico era problemático. La directora dijo que quería que le cayera todo el peso de la ley lo antes posible, ya que no quería que la prensa se enterara y fueran a dañar la imagen de la olvidada escuela.

Los policías procedieron a hacer la querella, y cuando esposaron a Jensen, quien clamó por una oportunidad para hablar.

La directora sacó la mano y le dio un bofetón; luego lo cogió por el pelo y le gritó “¡habla!

-Yo no soy el que vende los dulces con drogas, es un señor vestido de deambulante con peluca. Se llama Wilfredo. Tiene a toda la escuela enviciada, mientras él se hace de dinero. -Aunque el espíritu de Jensen era calle, no dejaba de ser un niño y decidió chotear.

La directora, la orientadora y los policías comenzaron a reírse a carcajadas con la respuesta del chico.

No le creyeron nada.

Jensen fue esposado y llevado a la patrulla.

Antes de irse, se fija por el cristal para buscar a Wilfredo con la mirada, y nota que su vehículo no está donde siempre lo estacionaba.

Esa misma tarde, el niño fue procesado e ingresado en una cárcel de menores, mientras que Oscar solo fue suspendido dos días por haber intentado matar a otro estudiante.

****

El atardecer caía, y junto al sonido de las olas, era ideal para disfrutar de un momento de paz.

Wilfredo besó a su esposa y le dijo que finalmente la había traído donde siempre le prometió: Boquerón.

Wilfredo había decidido darle a su mujer -y a sí mismo- las vacaciones que se merecía, y lo logró con sólo semanas vendiéndole drogas a los niños.

No solo había tenido éxito, sino que no extrañaba su antiguo trabajo, y este nuevo oficio le había otorgado nuevas energías.

Él sabía que no regresaría a la Abraham Lincoln -donde renació el vendedor que habitaba en él- y sin saber lo que ocurrió con su socio Jensen, sin despedirse de él y sin importarle que le mintió, Wilfredo se sentó en una silla frente al mar a descansar y pensar dónde sería la próxima escuela para vender su dulce tentación.

Alexis Zárraga Vélez

Derechos reservados ©

PD: Esto es un homenaje a la leyenda del tipo que regalaba drogas a los niños, a ese villano imaginario de todos los que crecimos en los ochenta y noventa. También es un homenaje a la escuela en la que me crié. 🦍🇵🇷



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