El inicio de la administración de Donald Trump ha sido todo menos convencional. A solo un mes de haber asumido la presidencia, su estilo caótico y confrontacional ya ha generado preocupación tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo. Desde la firma de órdenes ejecutivas polémicas hasta conflictos innecesarios con aliados comerciales, Trump ha dejado claro que su gobierno estará marcado por la imposición y el conflicto .
Uno de sus primeros actos como presidente fue la firma de una orden ejecutiva que impuso restricciones migratorias a ciudadanos de varios países, muchos con hijos nacidos en territorio estadounidense. Aunque presentada como una medida de seguridad nacional, la realidad es que fue caótica en su implementación, causando confusión en aeropuertos y enfrentando múltiples desafíos legales. En otro frente, Trump rápidamente aviva tensiones comerciales al anunciar su intención de renegociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), amenazando con aranceles a productos de México y Canadá. Esta medida ha generado incertidumbre en los mercados y podría tener repercusiones serias para la economía estadounidense y sus socios comerciales.
Mientras en Washington D.C. se impone el caos, en Puerto Rico, la inacción del nuevo gobierno es igualmente preocupante. Han pasado 30 días desde el cambio de administración y aún no se ha presentado una agenda clara de acción. Los problemas fiscales de la isla continúan sin respuesta, la crisis energética sigue latente, y las promesas de campaña han quedado en el aire. En momentos en que Puerto Rico necesita liderazgo y dirección, la falta de iniciativas concretas deja un vacío que genera incertidumbre.
Si el gobierno de Trump se perfila como una tormenta de decisiones impulsivas, en Puerto Rico estamos enfrentando la parálisis de un gobierno que aún no ha demostrado que está listo para gobernar.