Sunday, April 13, 2025
No menu items!
HomeArte y CulturaBoricua y su universo de huellas

Boricua y su universo de huellas

RÍO PIEDRAS – A las diez y treinta de la mañana, el sol se casa con la lluvia, para abonarle al reto de un artista que finaliza una pieza sobre la importancia de la educación para la niñez del mundo.

“Está lindo el día, ¿no?”, sonrió el virtuoso multidisciplinario, de cara al mural que prepara en la escuelita elemental de Villa Capri, micromundo del contradictorio barrio de Río Piedras, ese umbral universitario atrapado entre el marco histórico de la colonia y el tiempo detenido por la economía subterránea y el acecho buitre extranjero.

Al mirar hacia atrás, vemos un empalme de huellas en un sendero que parece eterno. Es mucho el universo de este caminante.

“Mi arte se ha desarrollado a través de distintas épocas personales, es de faena y de vocación. Solo que, después de tantos años, logré finalmente entender que mi arte se inclina más a plasmar la importancia de la expresión como medio educativo. No hay de otra. Lo mío nace de la necesidad de educarnos, y hacia eso también se dirige”, explicó el hombre de pelo castaño y barba ámbar, cual narrador del rescate que el conocimiento del arte le dio a su modus vivendi.

Claro, a la hora de narrar, este artista también es capaz de usar su lápiz, como hace en otra de sus actuales pasiones: el microrrelato.

Microrrelato 1

Aprendemos de múltiples maneras, unas más efectivas que otras.

La niña pintó de rosado el alfil, en un nuevo juego de ajedrez. Su entorno inmediato fomentaba su curiosidad por la producción artística. Denotó poca timidez. Tomó pincel y pintura y acertó. No dudó de su capacidad, ante la única instrucción provista: decorar cada pequeño espacio mediante la aplicación certera de color y pigmento.

La vi trabajando, sin ser visto. Su logro hizo obsoleta mi presencia y seguí pintando en otras partes. Me moví orgulloso ante la lección que me daba. Recordé que el espacio y la libertad son vértebras del arte como aprendizaje.

Algunos jóvenes se acercan y dicen “quiero pintar”, hay quienes tímidos susurran, “¿puedo pintar?” y otros “deseo aprender a hacer eso”.

Pero la artista de esta fot,o que inspira mi reflexión, solo actuó. Se aprende haciendo. Y ella me volvió a enseñar eso. Gracias.

El artista, literalmente, es Boricua. Sí, se trata de Boricua Roque Rivera, nacido el cinco de mayo de 1977. Son casi cinco décadas de vida, de arte, de amor creativo por el prójimo al que todavía busca seguir entendiendo.

Es hijo de una educadora que también es espina dorsal de la sapiencia y musa de su hambre por la vida, María Isabel Batista Martínez. Es hijo de un aclamado muralista que también es árbol frutal del arte, Rafael ‘Sonny’ Rivera García.

“Si mi familia fuese un cuerpo, papi entonces representaría el espíritu soñador de ese cuerpo y mami sería la vértebra mental. Con ella aprendí lo que es orden y con papi aprendí lo que es la agresión artística, el sueño. El artista hace la obra para él, aun cuando pueda reflejar cosas colectivas. El arte es del artista”, declaró, la vista puesta en el firmamento, que entre rayos solares color tamarindo y gotas grises de lluvia intermitente, adquiere su propio matiz de preludio de matiné.

“Si bien lo de artista viene en la sangre y en la atmósfera por mi papá, yo creo que tener la inspiración de mi mamá me ha hecho enamorarme de la educación poco a poco, algo que busco incorporar siempre en el arte que transmito”, especificó.

“Es que mi arte es para que la interprete quién la vea… Yo puedo decirte tal o cual cosa, pero no creo que eso hace justicia al poder que tiene la persona que lo vea de interpretar lo que entienda”, acotó, con el sol de mediodía apaciguando cualquier aguaje de aguacero.

El cielo se colorea de celeste y azafrán cuando llegamos al taller de Boricua, en Carolina. Fluye el arte en derredor; la creatividad se inhala con cada respiro.

Aquí ya se entiende eso de “la atmósfera” de arte que heredó de su padre, solo que, adaptada a la exactitud de su tiempo, a su propio espacio y a su circunstancia única. Al igual que su padre, Boricua es un artista que vive el momento que le tocó. En la década del setenta, rugía Sonny, junto a colegas contemporáneos dentro de una nueva escuela muralista que él mismo ayudó a cimentar: Rafael Ríos Rey, Carlos Raquel Rivera, Augusto Marín, Elizam Escobar, John Balossi, por ejemplo. Con amplia influencia neoyorquina y una jornada en la Universidad de Miami, Sonny se labró en el expresionismo abstracto y figurativo internacional con fenómenos como Jackson Pollock, Robert Motherwell, José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros y Diego Rivera como nutrientes. Boricua recuerda también que, cuando vivía con su padre en Cataño, no era extraño que figuras como Félix Bonilla Norat o Roberto López Diluve compartieran anécdotas con su progenitor que a él también lo inundaban de gozo.

“Mano, era como tener muchos grandes maestros alrededor. Digo, para mí, esos eran los panas de mi papá. Yo lo veía todo super natural”, recordó.

Y así de orgánico se desarrolló su viaje. Las remembranzas de cómo empezó todo van y vienen y Boricua intenta agarrarlas, como el señor Miyagui atrapando moscas con palitos chinos en el filme Karate Kid.

“De pequeñito, como desde los seis años, ya pintaba con mi papá. Siempre supe que el artista es un ente libre y que también lo debate todo, por no decir peleón. Sin saber, ya cuando estoy en una escuela, con alumnos de familias adineradas, ya empiezo a entender al arte como producto. Ya cuando estaba en octavo grado, les hacía las asignaciones de arte a estos estudiantes que tenían mucho más dinero que yo y les cobraba 20 pesos por trabajo, a sabiendas de la maestra que sabía quién era papi. ¡Ja, ja, ja, es que uno era atrevido!”, carcajeó, el timón de su propia nave de viajar por el tiempo engrapado en sus manos.

“En ese encuentro inicial, cuando me veo de frente con el arte como producto, empiezo a entender que el arte es una experiencia de exploración, y con el tiempo, que es una experiencia eterna de aprendizaje y de reflexión, y de sustitución de materiales y técnica. Una vez el artista domina los materiales y técnicas comunes, tiene que seguir moviéndose”, prosiguió.

“Entonces, ya desde adolescente empiezo noto que,la vida es también un proceso eterno de aprendizaje, reflexión y cambio. La ventaja que te da las artes es que documenta eso y habla más de lo que el artista a veces cree. Ese entendimiento lo tuve temprano, pero las estructuras académicas las consideraba obstáculos. Muchas veces me sentí como Javier Culson en una carrera, saltando vallas”, resumió.

Boricua recapitula. Primero, intentó entrar al prestigioso programa de arte de la Universidad de Florida, “pero tenía que esperar”.

“Ahí me fui a Santa Fe Community College”, recuerda, sobre aquel momento en el que también fue asistente del profesor Robert Malinowski, pintor polaco de gran renombre que se convirtió en su mentor. “Pero regreso a acabar mi bachillerato en la Escuela de Artes Plásticas, en 2001”, agregó, acentuando que añadió una segunda concentración en educación del arte, mediante un consorcio entre la Escuela de Artes Plásticas y la Universidad del Sagrado Corazón.

No lo niega: su experiencia académica y el ambito laboral que le siguió fue una montaña rusa. Bueno, pero quién mejor que él para contarlo a su forma.

Microrrelato 2

‘¿Qué es el proceso creativo?’

Fui a la cocina a buscar un buche de maví, de camino me encontré con un pote de tinta negra permanente en el comedor y una libreta Bristol/Vellum de 18 x 24 180lb en la sala. Primero saqué la cerveza del refrigerador y me la llevé al cuarto, la dejé cerrada y regresé a recoger los tesoros antes vistos, un tenedor cruzó mi mirada y me lo llevé también. Coloqué una mesa pequeña en el cuarto, acomodé el papel y materiales sobre ella y luego abrí la cerveza, no quería mojar el papel antes. Dejé caer tinta sobre las 180lb que identifica la hoja y le pasé una servilleta para limpiar lo que acababa de entintar. Apareció la sombra de un pájaro. Utilicé más tinta y el tenedor para definirlo y sombrearlo, es decir lo pinté con el tenedor. Firmé y terminé de beber la cerveza. Ya mismo me voy de tour por la casa otra vez, creo que voy a buscar el cortador de pizza y con el darle forma y volumen a otra mancha. Esta vez regreso a la mesa con vino.

Tras completar su bachillerato, palpa, por vez primera y desde adentro, el mundo de la educación institucional como maestro del sistema público de Atlanta, impartiendo clases de arte a estudiantes de escasos recursos. De ahí, pasó al Savannah College of Art Design en Georgia, donde completó su maestría en artes y recibió una beca para desarrollar un taller y un proyecto de investigación en Manhattan a través de los programas New York City Workplace y Art Link.

En esa época, a inicios de los 2000s, la industria del arte local comenzó a coquetear con él. Lo contrata la galería Viota, como artista exclusivo, lo que ayudó en su proceso de aprendizaje y lo introdujo al negocio del arte en Puerto Rico.

“Mi primera exposición formal fue en el 2001, y con Viota permanecí hasta 2009. Yo estoy muy agradecido de esas oportunidades, además que también aprendí muchas cosas sobre mí y sobre la industria. Aprendí mucho de artistas mayores, como Augusto Marín, Carlos Cancio, Melquiades Rosario, Edwin Guevara, Pablo Rubio… Y entendí que me gusta más permanecer tras bastidores, que el negocio y el mercado nunca me interesó mucho, y, de nuevo, que el arte es del artista”, manifestó.

En el año 2004, tras el nacimiento de su hija, Boricua se mudó a Japón, donde enfrentó otro novel proceso didáctico.

“Comienzo a trabajar en una galería en Shibuya. Japón es lo que me lleva a las técnicas de las tintas y también me abre la puerta a trabajar la cultura de lo absurdo”, articuló.

Dicha influencia desembocó en otra faena. Con la técnica de pintura en tinta sobre papel ilustra uno de los libros de la escritora Zulma Ayes, con quien ha trabajado las imágenes para cinco obras literarias. En 2005, retorna a Borinquen y se integra como instructor del programa de Artes Plásticas en la Universidad Interamericana de San Germán. Su camino le propuso muchas veces ir y volver. A Savannah regresó en 2006, pero se devuelve a Puerto Rico en 2007 para un nuevo reto: ser maestro de arte en el Departamento de Educación.

“Uf… lo recuerdo y ahora entiendo muchas cosas, porque no sabía que eso sería el comienzo de algo mayor”, suspiró.

En 2010, comienza a trabajar en el sistema escolar de la Universidad Interamericana, y, posterior a eso, en 2013, degusta a profundidad los desenvolvimientos del sistema educativo nacional, al ser seleccionado como director del Programa de Bellas Artes del Departamento de Educación, donde logró implantar múltiples iniciativas que fomentaron el desarrollo de más de 2,400 maestros adscritos a ese proyecto.

“Pudimos desarrollar varios certámenes que fomentaron el desarrollo artístico de estudiantes de todas las edades en Puerto Rico. Cuando miro hacia atrás, es algo que me llena de mucha satisfacción, aún con los defectos y virtudes que pueda tener el Departamento de Educación”, señaló.

En 2016, Boricua entra como profesor de sociología y educación del arte en el programa de maestría de la Caribbean University. Posterior a eso, imparte conferencias y talleres de desarrollo profesional en bellas artes a empresas que le proveen servicios al Departamento de Educación, además de unirse a un programa experimental en la escuela elemental de Villa Capri, trabajando la planificación integrada a las bellas artes junto a los maestros del plante. Es escogido en 2024 como director del Museo de la Caribbean University, pero tiene que abandonar el puesto tras recibir una oferta para darle servicios a las comunidades de Río Piedras, una nueva oportunidad para darle un nuevo enfoque artístico a la educación dentro de esta necesitada población.

“Es algo que me llena mucho. Por eso digo que la educación en el arte, sin buscarlo, se convirtió en mi norte”, subrayó.

“Mi preferencia es el arte de oficio. Me considero un obrero del arte, como un albañil, un plomero. Creo que el arte es amor y guerra. Creo que el desarrollo que da el arte es vital para las destrezas cognitivas, que nuestra niñez merece mucho más de lo que tiene y que el arte es un gran canal para darle eso. Yo solo quiero trabajar arte y que mi trabajo redunde en el beneficio de quienes necesitan vivir mejor”, apostilló.

Y con eso en mente, todo este ser de arte se despliega a su haber. Quizá la pintura, el carbón y la tinta son sus herramientas principales. Ahora bien, las palabras también se han vuelto un arma para Boricua: “con mis microrrelatos creo que puedo acercarme aún más a la cultura popular”.

Microrrelato 3

‘¿Será cruel?’ Aún no decido si es una crueldad ser clasificado como un pájaro y carecer de la habilidad para volar.

Hay que aclarar que esa clasificación la engendra el ser humano y que el pájaro de cielo o suelo la ignora. Pero, ¿si no la ignorase, se sentiría traicionado por la naturaleza? ¿Se pensaría impedido? ¿Su autoestima sería saludable?

Infiero un evento catastrófico si ellos se enterasen de la descripción que ofrece la ciencia acerca de ellos según su genealogía.

Imagino filas de estos menos alados subiendo al tope de edificios y montañas, postes y árboles para experimentar si en efecto son pájaros incapaces de ignorar la gravedad o que simplemente olvidaron esa destreza y que al lanzarse al vacío, luego de una breve caída libre, su plumaje e instinto se pondrían en función evitando así un efusivo y fuerte pero último, beso al piso. En ese escape a la fantasía donde se construye lo que les narro se encuentran los -¿pájaros?- más atrevidos encabezando las largas filas mientras se disputan entre sí quien será el primero en reclamar el nombre ‘Cometa’.

Título y nombre reservado para el primero que logré volar. Esto resultado de un breve e improvisado plebiscito del que participaron especies variadas, y que se celebró previo a la masiva migración a ‘lo alto’, de cualquier lugar donde se encuentre un borde, al vacío.

Esta historia fantástica y poco probable, me lleva a reflexionar acerca de cuál será el número de ocasiones, que las clasificaciones impuestas por el hombre, en relación a su propia especie, han llevado a niños, niñas, adolescentes, hombres, mujeres yancianos a buscar un borde, ubicado a gran altura, donde, retar el precipicio.

Y así sigue el caminante Boricua, entre el súbito amor por sus disciplinas y la conciencia de regalárselas a quienes las abracen. Le sobra arte y no le faltan las palabras. Imposible ahora que deje su sendero… al fin y al cabo, es la ruta también del arte de un pueblo.



Source link

RELATED ARTICLES

Noticias mas leidas