Thursday, June 26, 2025
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La doble vara de la adultez sobre la adolescencia

Hay una cita popular, erróneamente atribuida a Sócrates, que lee: “Ahora los niños aman el lujo; tienen malos modales, desprecio por la autoridad; muestran falta de respeto hacia los mayores y aman la charla en lugar del ejercicio”. Con la intención de enfatizar que estas percepciones datan de tiempos antiguos, el imaginario colectivo acepta este mito porque nutre las perspectivas que las personas adultas tienen sobre las generaciones más jóvenes. En esa misma línea, una búsqueda rápida en Internet recupera múltiples artículos y videos que analizan cuán “mal” está la adolescencia hoy en día. Incluso, si preguntamos a quienes tienen más experiencia, es muy seguro que la mayoría aceptará esta percepción como verdadera —y cuidado que no incluyan también el segundo mito en la conversación: “mi época era mejor que esta”. Sin embargo, aceptar estas aseveraciones como ciertas implica que este grupo se engaña a sí mismo al pensar que ya no actúa de la misma manera.

El ejemplo más concreto y popular que existe es la preocupación sobre el uso de los celulares entre adolescentes, ya que dicha generación no conoce una existencia sin estos aparatos electrónicos. Aunque es cierto que tales dispositivos pudieran tener repercusiones sobre la capacidad de atención, la autoestima y hasta la posibilidad de adicción, la realidad es que las personas adultas están igualmente atadas a sus teléfonos inteligentes que las jóvenes. Al caminar por cualquier centro comercial, hacer la fila en alguna oficina de correo o hasta esperar en las salas de las facilidades médicas, la juventud no es la única pegada a los teléfonos móviles. Por lo tanto, en vez de juzgarles por ese uso excesivo, la crítica debería dirigirse en contra de quienes crean las aplicaciones que utilizan tácticas neurocientíficas para fomentar su uso prolongado y a la clase política que no propone ni aprueba leyes que regulen estas compañías a la hora de diseñar estos programados.

La ironía de que estas personas adultas tienen el poder de hacer el cambio que tanto critican en los y las adolescentes tampoco debería ignorarse. Es como si pasaran por una amnesia colectiva que les hace olvidar que también fueron jóvenes y tuvieron sus momentos de búsqueda de independencia o experimentación, parte natural de esta etapa del desarrollo humano. Además, en los ámbitos laborales, existen reglas sobre tardanzas u otras ramificaciones de destrezas ejecutivas que, aunque los y las adolescentes aún estén en proceso de desarrollarlas, no existirían si las personas adultas las utilizaran efectivamente. La amnesia llega a tal punto que no ven que ellos y ellas mismas también atraviesan el mundo sin un manual de vida sobre qué decisiones tomar para tener una vida óptima. De lo contrario, no habría una industria entera dedicada a los libros de autoayuda.

Donde más abunda la hipocresía adulta es en torno a la falta de respeto. Por ejemplo, el que un joven le cuestione a su padre sobre una regla impuesta —la cual puede tener todo el mérito del mundo— no es una falta de respeto. El que establezca límites sobre los temas que quiere discutir con su familia no es una falta de respeto. El que no tolere el abuso de poder de un jefe no es una falta de respeto. Todo lo contrario. Por mucho tiempo, se toleró faltarles el respeto a los y las menores simplemente por su edad, cuando deberíamos haber aprendido de ellos y ellas. ¿Cuántas personas adultas no han aprendido con jóvenes que, sí, hay un límite de las expectativas de un trabajo? ¿Cuántas no han aprendido que la juventud, sí, tiene el poder para exigir a la clase política que cumpla con el trabajo para el que fueron electos? ¿Cuántas no han aprendido con ellos y ellas que el ciclo de abuso, sí, puede detenerse cuando se trabaja colectivamente?

En fin, en vez de criticar de un lado a otro, lo primordial es aceptar que todos y todas estamos en la misma búsqueda de cómo vivir mejor. Los y las adolescentes del pasado son las personas adultas del presente, y aunque les criticaran en su época, pasaron por su proceso, y así continuará el ciclo. Si hay algo que la humanidad ha demostrado, es nuestra capacidad de evolucionar. Sin embargo, la adultez, con más experiencia en el planeta, siente el deber de dictar cómo debe vivir la juventud. Sus opiniones sobre qué debe estudiar, cuánto debería ahorrar o cómo debe tener una relación sentimental no faltan en las reuniones familiares —sin detenerse a reflexionar sobre cuán felices son con sus propias decisiones. Así que, la próxima vez que escuche o lea algo sobre la adolescencia y cuán “perdida” está, mejor deje el celular a un lado y reflexione: “¿Y yo, cuán perdido o perdida estoy?”

Esta es la cuarta columna de la serie Adolescentiens: identidades sentipensantes.

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