La vida duele. Empezamos apretados y llorando. El espacio que nos cobijó y nos dio calor de momento se contrae para expulsarnos. El camino de salida es estrecho y nos aprieta. Del calor al frío. Nos toca ahora respirar por nuestra cuenta y el llanto se convierte en el canto de vida. Esa etapa de la vida que comenzó con placer termina con un dolor que pudiera ser de corta duración si madre y niño están bien. Tragedia es… que no lo estén. De todas maneras, persisten las inseguridades y los temores. La vida es incierta.
La incertidumbre comenzó antes de ser concebidos. Comenzó con la calidad de la relación de nuestros padres. ¿Fue una relación superficial, casual? ¿Un “oops”? ¿Solo bastó la piel, un escote revelador, unas piernas bonitas, unas palabras dulces o un poco de alcohol? ¿O hubo un compromiso de compartir el alma y la vida? ¿Quién fue el testigo invitado a nuestra concepción? ¿El Dios de la vida o solo el placer? Que conste, el escote y las piernas bonitas no son malos… solo que no son suficientes.
Nacemos en una familia. La unidad básica humana por diseño es la familia nuclear: papá, mamá e hijos. El individuo no puede existir por sí solo. Somos el fruto de dos. No solo es una realidad biológica. También lo es en el sentido sociológico y existencial. El individualismo radical de occidente es ilusorio, negación de esta realidad. La idea de que el estado o alguna agencia de gobierno puede sustituir la familia es un pensamiento fantasioso que se estrella ante la tragedia que viven aquellos que fueron tutelados por el estado. Sobran los experimentos sociales fallidos en la historia. Sin embargo, hay quienes siguen proponiendo que leyes, reglamentos, programas o agencias lo pueden hacer mejor que papá y mamá. Su argumento es que algunos padres exponen a sus hijos a sufrir daño. El maltrato a la niñez es innegable y trágico. En nombre del mejor bienestar del menor atentan contra el derecho natural de los padres a criar sus hijos de acuerdo a sus valores. Evidencia de totalitarismo es esta intención del Estado de arrebatar el derecho de los padres. Estemos claros. Los funcionarios de gobierno trabajan en un horario definido, con vacaciones y días de fiesta o por enfermedad. Los padres somos padres 24 horas al día, toda la vida. No es un sueldo lo que nos motiva; es el amor que se manifiesta en esfuerzo y sacrificio.
Debemos entender con claridad la función fundamental de la familia para poder valorizarla. La familia es el contexto natural del ser humano. Es la primera sociedad. Es única en sí misma e insustituible. Familias disfuncionales generan individuos disfuncionales y sociedades en precario. Debe ser meta de la iglesia y del Estado el fortalecer a las familias.
La vida golpea duro… y más de una vez. Mientras más vivimos, más pérdidas experimentamos. A veces, perdemos la capacidad de cuidarnos a nosotros mismos, ya sea en la niñez, en momentos de enfermedad o en la vejez. En esos momentos de vulnerabilidad, es que la familia manifiesta su capacidad de protección, viniendo en auxilio de sus miembros. Eventos que nos estremecen: ruptura matrimonial, maltrato, abandono, enfermedades, incapacidad, muertes, accidentes, guerras, catástrofes de la naturaleza…
Esta conducta natural, espontánea y ya no tan esperada, surge de una solidaridad fundamental que existe entre sus miembros. Los lazos de sangre, las relaciones que surgen de la unión matrimonial, el haber compartido espacios y experiencias generan un compromiso vital que se manifiesta en una disposición al sacrificio. Estamos hablando de poner al servicio de otros tiempo y recursos que hubiésemos utilizado para nosotros. Los ejemplos sobran. Dejar de trabajar o interrumpir estudios o el sueño para atender un hijo o un padre enfermo. Mudarnos cerca aunque eso implique volver del extranjero. Abrir nuestro hogar a terceros con toda la incomodidad que pueda provocar. Es utilizar, para un tratamiento médico de un familiar, ese dinero que teníamos para un viaje, un arreglo a la casa o un vehículo nuevo, sabiendo que no está en la capacidad de devolverlo. “Dios me lo pagará”, nos decimos a nosotros mismos, pero aún así persiste el sabor amargo de haber entregado una ilusión.
Una estadística recurrente en nuestra sociedad es que un 70 a 80 por ciento de los jóvenes menores de 18 años que cometen faltas están siendo criados por uno solo de los padres, usualmente la madre. Vienen de hogares rotos. Esta estadística se repite en las cárceles de adultos y en los hogares de rehabilitación. La ruptura de la familia está en la raíz de la violencia que experimentamos. Sabemos que no es el único factor, pero es un factor contribuyente importante. Debemos tener como agenda de país fortalecer la familia. Sin familias que hagan su trabajo, no importarán las leyes, los reglamentos o el aparato policial del Estado. El daño ya estará hecho cuando entren en acción.
Sin familia no hay país, y no hay familia sin sacrificio.