Aprender un idioma nuevo puede ser una aventura fascinante, pero no todos los caminos son igual de sencillos. Hay lenguas que, por su gramática, escritura o pronunciación, representan un verdadero reto incluso para los más dedicados. Estos son los 10 idiomas más difíciles de dominar, según expertos en lingüística.
El mandarín encabeza la lista. Aunque es el idioma más hablado en el planeta, su complejidad radica en los cuatro tonos que cambian por completo el significado de una palabra y en un sistema de escritura con miles de caracteres.
En segundo lugar aparece el árabe, que se escribe de derecha a izquierda y presenta sonidos inexistentes en español e inglés. A esto se suma la diversidad de dialectos, que pueden diferir de forma notable entre regiones.
El japonés es otro de los gigantes en dificultad, con tres sistemas de escritura: hiragana, katakana y los kanji, que requieren memorizar miles de símbolos. Su vecino, el coreano, cuenta con un alfabeto más sencillo, el hangul, pero la verdadera complejidad está en la gramática y los distintos niveles de cortesía que transforman las oraciones según el contexto social.
El ruso también desafía con su alfabeto cirílico y una gramática que incluye seis casos para declinar sustantivos y adjetivos. Algo similar ocurre con el hindi, que utiliza el alfabeto devanagari y sonidos extraños para los hablantes occidentales.
El húngaro sorprende con sus 18 casos gramaticales, lo que hace que formar oraciones se convierta en un rompecabezas. El finés, igualmente ajeno a las lenguas romances o germánicas, presenta extensas variaciones de palabras y estructuras poco familiares.
El islandés, prácticamente intacto desde la época vikinga, se caracteriza por sus larguísimas palabras y pronunciaciones que intimidan incluso a europeos experimentados. Por último, el polaco pone a prueba con siete casos gramaticales y una fonética repleta de consonantes consecutivas que complican tanto hablarlo como escribirlo.
Estos idiomas no solo representan un desafío académico, sino que aprenderlos implica adentrarse en nuevas culturas, tradiciones y formas de pensar. Aunque dominar alguno de ellos puede llevar años de esfuerzo, el premio es enorme: abrir puertas a mundos distintos y ampliar conexiones personales y profesionales.