Apple ha lanzado un nuevo sistema de diseño que parece sacado de una película de ciencia ficción: Liquid Glass. Suena elegante, y lo es. Es una interfaz que hace que los botones, menús y ventanas se vean como si estuvieran hechos de cristal flotante, cambiando de color y refractando la luz como si tuvieras una pecera en el bolsillo. Y sí, es visualmente espectacular. Lo instalas, haces scroll un rato y te sientes como en el futuro.
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Pero después de unos meses probándolo en varios dispositivos, tengo algo que decir: es bonito, pero es un error.
El problema no es estético, es práctico
Liquid Glass es parte del intento de Apple por unificar todas sus interfaces. Quieren que todo, desde el iPhone hasta el Apple Watch, el iPad, el Mac y el Vision Pro, comparta el mismo look tridimensional. Pero ese “cristal mágico” que queda tan bien en el video promocional, no funciona igual de bien en todos los dispositivos.
Por ejemplo, en el Vision Pro, Liquid Glass tiene todo el sentido del mundo: estás en un entorno 3D, y la interfaz flota a tu alrededor como parte del paisaje. Casi mágico.
En un Mac, tampoco molesta mucho. Como tienes más control sobre lo que haces y la interfaz del sistema no es tan protagonista, Liquid Glass se queda discretito.
Pero en un iPhone, la cosa cambia. La experiencia del iPhone es pura pantalla: entras y sales de apps, usas el Centro de Control, navegas por menús, escribes, haces scroll… ¡todo el rato! Y ahí es donde Liquid Glass empieza a fallar.
Los botones se vuelven demasiado visibles (o demasiado invisibles), los colores cambian todo el tiempo, y la interfaz compite con el contenido en lugar de integrarse con él. Y si tienes un fondo de pantalla muy colorido… buena suerte viendo notificaciones o encontrando la barra de búsqueda en Safari.
Yo acabé poniendo un fondo negro para no volverme loco.
En el Apple Watch, aún peor
¿Sabes qué quieres ver cuando miras tu reloj? La hora. Eso es todo. Pero con Liquid Glass, muchas esferas se mezclan tanto con el fondo que es difícil incluso ver los números. Es como si tu reloj intentara ser arte moderno en lugar de una herramienta útil. Bonito, pero poco práctico.
El verdadero objetivo de Apple
No es casualidad. Apple claramente está apostando por un futuro de realidad aumentada y virtual. Un mundo donde nuestras pantallas no serán rectángulos en el bolsillo o la muñeca, sino que el mundo entero será una pantalla, y lo digital tendrá que sentirse como parte del entorno físico.
Y en ese futuro, Liquid Glass tiene sentido. Un reloj flotante que parece un reloj real, botones que se ven como si pudieras tocarlos. Perfecto para cuando vivamos todos con gafas de realidad aumentada.
Pero… ese futuro todavía no ha llegado.
Hoy vivimos rodeados de pantallas diferentes: algunas pequeñas, otras grandes, algunas táctiles, otras no. Cada una con sus propias reglas. Apple antes lo entendía: iOS era diferente de macOS, watchOS se enfocaba en la vista rápida, y todo tenía sentido según el dispositivo.
Con Liquid Glass, todo empieza a parecerse demasiado… y no en el buen sentido.
¿Recuerdas iOS 7?
Cuando Apple lanzó iOS 7, apostó por un diseño plano, sin sombras ni texturas falsas. Se alejaron del “esqueumorfismo” (ese rollo de hacer que las apps parezcan objetos reales, como la calculadora que parecía una de bolsillo). Era un diseño que aceptaba que las pantallas eran pantallas, y fue revolucionario.
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Ahora, con Liquid Glass, Apple está yendo en la dirección opuesta, creando interfaces que parecen salidas de una vitrina de cristal. Pero no necesitamos eso. A veces solo queremos que nos digan qué hora es, sin luces ni reflejos.