En el Coliseíto Pedrín Zorrilla de San Juan, hace apenas unos días, se congregaron más de mil adultos mayores, muchos de ellos superando los 70 años, con resumé en mano y esperanza en los ojos. Esta feria de empleo, organizada por el Departamento del Trabajo y Recursos Humanos, ofrecía unas 900 plazas de 40 empresas, pero lo que se vio allí no fue solo una búsqueda de oportunidades: fue un retrato desgarrador de la supervivencia.
Personas que deberían estar disfrutando de un retiro digno, tras décadas de trabajo, se veían obligadas a competir por puestos precarios no por deseo de hacerlo, sino porque no tienen ingresos suficientes para sobrevivir. Esta escena no es aislada; es un síntoma doloroso de la profunda crisis que azota a Puerto Rico como pueblo.
Nuestra isla arrastra una crisis económica crónica, agravada por la deuda pública que supera los límites imaginables, inequidades en fondos federales para salud y un sistema energético colapsado que carga a los ciudadanos con aumentos en tarifas a pesar de no recibir un servicio decente. El desempleo juvenil es alarmante, pero el de los mayores lo es aún más: obliga a abuelos a trabajar para cubrir necesidades básicas, en un contexto de inflación y estancamiento.
A esto se suma nuestra realidad demográfica: somos uno de los territorios con las tasas de envejecimiento más aceleradas del mundo. En 2024, el 24.7 % de la población superaba los 65 años, duplicando casi a los menores de 15, con una mediana de edad de 45.6 años. Proyecciones para 2025 indican que esta tendencia se intensificará, con una población total por debajo de los tres millones. En un país así, ver a septuagenarios en ferias de empleo no es solo triste; es inaceptable. No podemos normalizar que la vejez sea sinónimo de precariedad. Esto viola el pacto social: tras una vida de contribuciones, merecen seguridad, no competencia por migajas.
Esta realidad debe indignarnos a todos: políticos, empresarios, jóvenes y familias. No es inevitable; es el resultado de políticas fallidas y desigualdades sistémicas. Pero aquí radica la inspiración: Puerto Rico tiene un espíritu resiliente, forjado en huracanes y crisis. Imaginemos un futuro donde se invierta en pensiones sólidas, programas de reinserción laboral digna y apoyo integral para mayores. Unamos voces para exigir reformas: fondos equitativos, empleos inclusivos y una economía que priorice al pueblo. Si lo hacemos, transformaremos este dolor en fuerza colectiva. Porque un Puerto Rico próspero empieza honrando a sus viejos.