El pasado 25 de septiembre, el analista político Jay Fonseca asistió al podcast de Chente Ydrach para hablar sobre el intento de cancelación que enfrentó tras expresar su defensa al sistema de planes médicos. Allí reveló algo alarmante: “Yo no cogí anuncios de planes médicos y me dijeron, pues Jay, no hay programa de televisión.”
Esa frase resume una realidad que va mucho más allá de una anécdota personal. En Puerto Rico, los planes médicos privados no solo controlan el pago a hospitales, laboratorios, farmacias y profesionales de la salud; también han extendido su influencia a los medios de comunicación, moldeando la conversación pública. Lo que expuso Jay confirma algo poco común en el mundo: ya no solo los servicios de salud dependen de los planes médicos, sino también los medios de comunicación encargados de fiscalizarlos.
Las palabras de Jay me han hecho reflexionar. ¿Cómo es posible que un programa de televisión que busca fiscalizar no pueda sostenerse sin el auspicio de las compañías que controlan más del 95% de los fondos del sistema de salud? Es como si un programa de fiscalización no pudiera sostenerse sin el auspicio de LUMA. No culpo a Jay y estoy seguro de que no solo es su programa. Esto es resultado de la política y la economía que se ha empujado desde la famosa Reforma de Salud de Rosselló. La salud es un negocio lucrativo igual que cualquier otro.
Los planes médicos en el archipiélago han logrado integrarse profundamente en la vida cultural a través de sus anuncios. Contratan a celebridades reconocidas, auspician programas de radio y televisión, y financian campañas publicitarias que muestran personas sonrientes, bailando y disfrutando. Esas imágenes poco tienen que ver con el acceso a los servicios de salud, que debe ser su prioridad. Detrás de los colores verdes y azules de sus anuncios hay un hecho poco discutido: la mayoría de esos fondos son públicos, provenientes de los mismos recursos que deberían fortalecer el sistema de salud. En lugar de mejorar el acceso o la calidad del servicio, se invierten millones en publicidad para crear una ilusión de bienestar.
Los fondos públicos destinados a la salud terminan financiando una “salud a medias”, porque una parte considerable se desvía hacia publicidad, campañas políticas y los privilegios de altos ejecutivos y portavoces mediáticos. Cuando un paciente necesita un especialista o un tratamiento costoso, le terminan negando el servicio, imponiendo barreras burocráticas o simplemente su hospital ya cerró. Ese dinero de los anuncios debió sostener esos servicios vitales que hoy tanto nos están faltando.
La lógica de los planes médicos imita la de la política: se sonríe, se baila y se promete eficiencia mientras se imponen recortes. Para el 2026, ya se anticipan reducciones de hasta 25 % en los pagos a laboratorios, otra medida que afectará directamente la capacidad del sistema. Tristemente, la estrategia mediática de los planes médicos ha sido exitosa para su negocio: proyectan prosperidad mientras el sistema colapsa. Y así, mientras ellas convierten el dinero público en ganancias privadas, la salud de un pueblo entero se desvanece.