Durante los últimos años, Puerto Rico ha enfrentado una realidad laboral en transformación. Despidos, cierres de empresas y la incertidumbre económica han llevado a muchos a cuestionarse su futuro profesional. Pero en medio de esta tormenta, algo positivo ha surgido: el deseo de reinventarse a través del emprendimiento.
Según el Global Entrepreneurship Monitor (GEM, 2023), un 67 % de las personas que deciden emprender en América Latina lo hacen por necesidad, no por lujo. En Puerto Rico, donde el desempleo juvenil y femenino continúa siendo preocupante, emprender se ha convertido en una respuesta creativa ante un mercado que ya no garantiza estabilidad.
Sin embargo, emprender no significa simplemente abrir un negocio o vender un producto. Emprender es un proceso de autoconocimiento, estrategia y validación. Implica identificar una necesidad real, construir una propuesta de valor clara y diseñar un modelo que sea sostenible en el tiempo.
A lo largo de mi trayectoria acompañando a más de 350 emprendedores locales, he comprobado que cuando se combina educación con acción, los resultados son extraordinarios. La diferencia entre fracasar y prosperar radica muchas veces en la formación: entender cómo validar una idea, cómo conocer al cliente y cómo convertir un propósito en proyecto.
Puerto Rico tiene talento de sobra. Las historias se repiten: madres solteras que transforman su pasión por la repostería en microempresas rentables; jóvenes que crean marcas digitales desde sus celulares; profesionales mayores que monetizan su experiencia a través de consultorías. Estos casos no son casualidad, sino el reflejo de una nueva cultura económica basada en la creatividad, la autonomía y el aprendizaje continuo.
Pero para que esta ola emprendedora sea sostenible, necesitamos democratizar el acceso al conocimiento. El emprendimiento no puede ser un privilegio reservado a quienes tienen contactos o capital inicial. Debe ser una herramienta disponible para todos: estudiantes, desempleados, trabajadores en transición o jubilados con nuevas ideas.
Ahí radica el poder de los programas de incubación y acompañamiento que han surgido en los últimos años —como Colmena66, Centros Sor Isolina Ferre o las iniciativas universitarias— que ayudan a estructurar ideas, validar mercados y conectar con recursos. Estas redes son esenciales para convertir la intención en acción y, sobre todo, para evitar que los emprendedores caminen solos.
El miedo a comenzar es natural. Pero el miedo no debe convertirse en freno. Con la guía correcta, ese temor puede transformarse en impulso. Emprender no es solo una decisión económica: es una forma de recuperar control sobre la propia vida, de construir sentido y de aportar valor al país.
Hoy, más que nunca, Puerto Rico necesita personas dispuestas a crear, innovar y generar oportunidades donde antes solo había incertidumbre.
Emprender no es fácil, pero es posible.Y sobre todo, es urgente.
