Alex DJ suele escuchar una frase cada vez que alguien lo detiene en la calle: “¡Puerto Rico gana!”. Ese saludo, casi convertido en apellido, le confirma que cumplió el sueño que persiguió desde los 16 años: entrar a la televisión y ganarse el cariño del país. “Lo logré”, reconoce con la emoción intacta.
En el último episodio de la tercera temporada del podcast Entre Nos, el animador relató que su recorrido comenzó en Humacao, en una pequeña cabina de radio donde acompañaba a su mamá. Su papá, animador de fiestas patronales, lo llevaba a las tarimas de los pueblos y sin darse cuenta le traspasó una vocación. Aquel niño que observaba de cerca a Eddy Miró, Dagmar y Rolando Barral terminó construyendo un estilo propio después de absorber un poco de todos. También acumuló una escuela invaluable: quinceañeros, fiestas patronales, bodas, discotecas. “Esa calle me preparó para todo”, afirma.
Para conquistar su sueño, Alex DJ tocó puertas sin descanso. En una de esas visitas a los canales, llegó hasta WAPA con una caja de pizza para intentar presentarse ante un productor. Adolfo Ontivero lo escuchó, tomó su número y lo llamó más adelante. Ese gesto abrió un camino, pero no de inmediato. “Me dijo: si quieres estar, tiene que ser gratis”, recuerda. Aceptó sin dudar.
Durante dos años asistió al canal de lunes a viernes, sin paga, siempre puntual y siempre el último en marcharse. Dejó atrás actividades que le generaban ingreso porque ya se veía dentro del mundo que había soñado. Aunque muchos le advirtieron que era una locura, él entendió que aquella oportunidad valía más que cualquier cheque.
Tras el huracán María, él y Adolfo produjeron un demo. Lo llevaron a todos los canales y recibieron negativas una tras otra, hasta que Telemundo apostó por el proyecto. Ese día inició una etapa que ya suma seis años al aire.
El animador que abraza antes de hablar
Alex DJ defiende un estilo sensible. En vivo identifica angustias, tristezas, esfuerzos y necesidades. “Todo sale del corazón; nada está montado”, explica. Una vez observó a un participante alterado en plena grabación. Lo invitó a un abrazo antes de continuar y el hombre rompió a llorar. Ese tipo de intervenciones, nacidas de la intuición y de su paso por tantos escenarios, le han permitido sostener un programa donde la emoción es tan importante como el juego.
Esa misma sensibilidad lo impulsó a detener competencias cuando alguien necesitaba ayuda. También lo llevó a convocar al público cuando una familia perdió todo en un incendio o cuando una madre pidió apoyo para evitar que le cortaran la luz a su hija encamada. En minutos recibieron donaciones suficientes para rehacer su vida. “Ese día dormí como nunca”, confiesa.
Durante la pandemia, una mujer se le acercó para agradecerle por evitar que atentara contra su vida. “Tú eras mi compañía”, le dijo. Desde entonces, el animador entendió que su rol trasciende la televisión.
El caso que transformó al programa: la lucha de Mondongo
La llegada de Mondongo reveló un tema de salud complejo. Alex notó señales de alerta en su estado físico hasta descubrir que el comediante no podía conducir su propio auto por el peso acumulado. Él mismo lo llevó al médico, consiguió profesionales y lo acompañó en el proceso.Mondongo ya perdió más de 250 libras sin cirugía. El programa habilitó un espacio de entrenamiento y lo incorporó como parte de su jornada diaria. “Quería ayuda, y yo lo iba a acompañar”, relata Alex.
El impacto en el público fue inmediato: cientos de personas con obesidad severa escribieron en busca de orientación. La historia creó un espejo y, al mismo tiempo, una esperanza.
El peso de la fama y la disciplina contra el ego
Aunque se reconoce en el mejor momento de su carrera, Alex DJ evita creerse la historia del éxito. “Lo más difícil es bregar con el ego”, admite. Cada semana recuerda su origen: el joven que llegaba en una guagua de 300 dólares y animaba quinceañeros por 80. Esa memoria lo mantiene con los pies en la tierra.
“Tengo un propósito”, repite. Ese propósito, dice, es ayudar y conectar.
Su hijo Julián, fenómeno en redes con millones de reproducciones, también es parte de su orgullo. Lo lleva al programa para que aprenda de cerca, como él aprendió de su papá.Además, Alex guía a jóvenes del equipo de producción. Les explica decisiones, ritmos, silencios, improvisaciones. Les advierte que lo que ocurre en el estudio ninguna universidad lo enseña. “Quiero que brillen. Si ellos brillan, yo brillo”, afirma.
Aunque su energía apunta todavía a la televisión, ya piensa en algo más: crear un centro para envejecientes donde pueda ofrecer música, paseos, acompañamiento y cariño. Lo visualiza como otro escenario para su propósito.
Cuando las luces se apagan y regresa a su casa en Las Piedras, siente que ganó si logró ayudar a alguien desde la pantalla. “Eso me llena. Para eso estoy aquí”, dice.
Si su vida fuera un progra,a de juegos, asegura que el premio mayor sería la salud. “La gente olvida que este es el único templo que tenemos”, reflexiona. Su filosofía resume su historia: perseverar, cuidar, servir y mantener intacta la humanidad en un medio donde muchos se pierden.
