

En Puerto Rico, la Nochebuena no se improvisa. Se planifica, se comenta y, sobre todo, se madruga. Porque cuando se trata de asegurar un buen lechón asado, crujiente por fuera, jugoso por dentro y lleno de sabor, levantarse temprano no es una opción, es parte del ritual navideño.
Desde la madrugada del 24 de diciembre, las lechoneras más emblemáticas de la isla comienzan a recibir filas de clientes fieles que saben que el lechón perfecto no espera hasta último momento.
A diferencia de otros platos, el lechón asado no se produce en masa ilimitada. Cada pieza se prepara con antelación, se asa por horas y responde a una demanda que se dispara en Nochebuena.
Las lechoneras calculan cuidadosamente cuántos animales asar, y una vez se acaba, se acabó. Madrugar garantiza variedad, cuerito crujiente, costillas, pernil y hasta el codiciado cachete.

Más fresco, más jugoso
Comprar temprano también asegura un producto recién salido del asador. El lechón que se sirve en las primeras horas conserva mejor su jugosidad, su aroma ahumado y ese equilibrio perfecto entre grasa y carne que lo convierte en el protagonista de la mesa navideña. A medida que avanza el día, el calor, la manipulación y la alta demanda hacen que esa experiencia pueda variar.
Para muchas familias, madrugar para buscar el lechón es casi tan importante como la cena misma. Es el momento en que se cruzan vecinos, se conversa con el lechonero de confianza y se comparte la emoción previa a la celebración.
Es una tradición que pasa de generación en generación y nos recuerda el valor cultural del lechón en la Navidad puertorriqueña.
Quien compra temprano evita largas filas, improvisaciones de última hora y el estrés de buscar alternativas cuando ya todo está vendido.
Tener el lechón asegurado desde la mañana permite dedicar el resto del día a preparar los acompañantes, compartir en familia y disfrutar la espera de la Nochebuena con calma… y con olor a Navidad.
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