Tuesday, June 24, 2025
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Brasil se seca y Google construye datacenters: La polémica hídrica que pone en jaque a los gigantes tech

La paradoja de la modernidad: ¿Datos en la nube, agua bajo tierra? En la era digital, la “nube” suena a algo etéreo, casi mágico, ¿verdad? Guardamos nuestras fotos, nuestros documentos, vemos películas en streaming y manejamos nuestras finanzas, todo “en la nube”. Pero, ¿alguna vez te has detenido a pensar qué hay detrás de esa nube, qué la mantiene funcionando 24/7? La respuesta son los datacenters, gigantescas naves industriales repletas de servidores que, para funcionar a pleno rendimiento, necesitan algo más que electricidad: necesitan agua, muchísima agua.

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Y es aquí donde la metáfora de la nube choca de frente con la cruda realidad del suelo brasileño, que hoy sufre una de las sequías más severas de su historia reciente. Es como construir una piscina olímpica en medio del desierto.

Brasil, un país conocido por su exuberancia natural, sus vastas selvas y sus imponentes ríos, está experimentando un fenómeno preocupante. Las sequías prolongadas, exacerbadas por el cambio climático y la deforestación, están dejando embalses vacíos, ríos agonizantes y ciudades al borde del colapso hídrico. Sectores vitales como la agricultura y la generación de energía hidroeléctrica están sufriendo estragos, impactando directamente la vida de millones de personas. La escasez de agua no es una estadística lejana; es una realidad palpable que afecta el día a día de agricultores, ciudadanos y, en definitiva, la economía de toda una nación.

En este delicado contexto, la insistencia de Google en expandir sus operaciones de datacenters en regiones ya estresadas por la falta de agua ha desatado una ola de críticas y un intenso debate público. La cuestión va más allá de un simple permiso de construcción; se adentra en la ética de las grandes corporaciones, la sostenibilidad de la infraestructura digital y el valor del agua en un futuro cada vez más incierto. ¿Es aceptable que la “nube” prospere a costa del recurso más vital del planeta? ¿Y quién asume la responsabilidad de este consumo masivo en tiempos de crisis? Estas preguntas no solo resuenan en Brasil, sino que se plantean en cada rincón del mundo donde la sequía avanza y la Big Tech extiende sus tentáculos.

La sed insaciable de los servidores: Por qué los datacenters son vampiros de agua

Para entender la magnitud de la polémica, es crucial comprender por qué los datacenters son tan “sedientos”. No es que los servidores beban agua, claro está, sino que la necesitan para algo mucho más crítico: enfriamiento. Piensa en miles y miles de computadoras funcionando a toda máquina, 24 horas al día, 7 días a la semana, generando una cantidad descomunal de calor. Si ese calor no se disipa de forma eficiente, los equipos se recalientan, se dañan y dejan de funcionar. Es como si tu PC se pusiera a 100 grados; se apaga para protegerse.

Existen varios métodos de enfriamiento para datacenters, pero uno de los más comunes y eficientes, especialmente para instalaciones a gran escala, es el enfriamiento por evaporación o el uso de torres de enfriamiento que utilizan agua. En estos sistemas, el agua se evapora para absorber el calor de los servidores, y ese vapor se libera a la atmósfera. Es un ciclo que, aunque efectivo, consume cantidades ingentes de agua. Se estima que un datacenter promedio puede consumir millones de litros de agua al día, el equivalente al consumo diario de una ciudad pequeña. Y hablamos de agua que, una vez evaporada, no es fácil de recuperar. Se va al aire, literalmente.

Además del enfriamiento directo, el agua también se utiliza en otros procesos dentro de un datacenter, como la humidificación del aire (para evitar la estática que podría dañar los equipos) y la limpieza. Es un ecosistema que, irónicamente, se asemeja a un organismo vivo en su necesidad de recursos, solo que uno artificial y con una escala voraz. Las cifras exactas suelen ser un secreto bien guardado por las empresas tecnológicas, invocando “seguridad y competencia”, pero informes independientes y análisis de consumo de energía revelan una huella hídrica considerable.

La elección de Brasil como ubicación para estos datacenters es estratégica desde un punto de vista de conectividad y latencia para el mercado latinoamericano. Sin embargo, en medio de una crisis hídrica tan pronunciada, esta elección se vuelve un arma de doble filo. La demanda de agua de estas instalaciones entra en competencia directa con las necesidades de la población, la agricultura y los ecosistemas locales. Es como si, en medio de un apagón general, se encendiera una gigantesca lámpara solo para que unas pocas personas pudieran leer. La priorización del recurso vital se convierte en un dilema ético y social.

La respuesta de Google: ¿Suficientes promesas en un mar de sequía?

Ante la creciente presión y las críticas, Google y otras grandes tecnológicas suelen defenderse con una batería de argumentos y promesas de sostenibilidad. Hablan de eficiencia, de neutralidad de carbono, de invertir en energías renovables y, sí, también de gestión del agua. Google, en particular, ha manifestado su compromiso de ser “water positive” (positivo en agua) para 2030, lo que significa que repondrán más agua de la que consumen en sus operaciones. Suena bien, ¿verdad? Como una promesa de superhéroe ecológico.

Para lograrlo, la compañía invierte en proyectos de conservación de agua en las cuencas donde operan sus datacenters. Esto puede incluir la restauración de humedales, la mejora de la infraestructura de agua municipal, la financiación de proyectos de reforestación que ayudan a recargar acuíferos, o incluso el uso de agua no potable (como agua reciclada o tratada) para sus sistemas de enfriamiento. La idea es que, si bien consumen agua, también contribuyen a mejorar el ciclo hídrico general en la región. Es una especie de “te la quito de aquí, pero te la repongo por allá” en un balance neto.

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Sin embargo, para muchos críticos en Brasil, estas promesas, aunque loables, llegan tarde o son insuficientes en el contexto de una crisis hídrica inminente. El problema no es solo la cantidad total de agua que se repone a largo plazo, sino el estrés hídrico local e inmediato que genera la extracción para operar un datacenter en una región ya seca. Es como si te dijeran que te repondrán el vaso de agua en unas horas, pero en este momento tienes una sed insoportable. Además, la transparencia sobre el consumo real de agua de cada instalación sigue siendo un punto ciego para el público y los reguladores, lo que dificulta una auditoría independiente de sus reclamos de sostenibilidad.

La sociedad civil, activistas ambientales y hasta algunos políticos brasileños argumentan que, si bien la infraestructura digital es necesaria, su expansión debe ser cuidadosamente planificada y priorizar las regiones con menor estrés hídrico. Proponen el uso de tecnologías de enfriamiento alternativas que no dependan tanto del agua, o incluso la implementación de regulaciones más estrictas sobre el consumo hídrico de las grandes industrias, incluyendo la tecnológica. La discusión ya no es si necesitamos datacenters, sino dónde y cómo los construimos, especialmente en un planeta que se calienta y se seca a pasos agigantados.

El costo invisible del mundo digital: Más allá de la factura de agua

La polémica de Google en Brasil no es un caso aislado. Es un síntoma de un problema mucho más grande: el costo ambiental invisible de nuestro estilo de vida digital. Cada clic, cada streaming, cada foto subida a la nube, tiene una huella de carbono y, sí, también una huella hídrica. Los datacenters son solo una pieza de este gigantesco rompecabezas.

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Consideremos la producción de dispositivos electrónicos. La fabricación de un smartphone, por ejemplo, requiere miles de litros de agua para la extracción de minerales, el procesamiento de materiales y los procesos de fabricación. La obsolescencia programada y el ciclo constante de renovación de nuestros gadgets solo agravan este problema. No solo es agua, sino también energía y recursos naturales. Es como si cada like en Instagram viniera con una pequeña factura ambiental.

Luego está el consumo energético. Los datacenters no solo necesitan agua para enfriarse, también devoran cantidades astronómicas de electricidad para alimentar sus servidores. Aunque muchas compañías tecnológicas se esfuerzan por utilizar energía renovable, la demanda global sigue siendo un desafío. Cuanta más energía se consume, más presión se ejerce sobre las redes eléctricas y, en regiones dependientes de centrales térmicas, más emisiones de carbono se generan. Es un círculo vicioso de consumo.

La crisis hídrica global no es un concepto abstracto. Es una realidad que afecta a comunidades enteras, provoca migraciones forzadas, amenaza la seguridad alimentaria y exacerba conflictos. En este escenario, la “sed” de la Big Tech se convierte en un tema de debate ético y social. ¿Deben las empresas priorizar su expansión y beneficios sobre la disponibilidad de un recurso vital para las comunidades locales? ¿Existe un límite a la digitalización si su costo ambiental es insostenible? Estas preguntas no tienen respuestas fáciles, pero exigen un diálogo honesto y acciones concretas.

GOOGLE - Archivo

La solución no pasa por apagar internet o volver a la era analógica. La tecnología digital es una herramienta poderosa para el progreso y la resolución de problemas. Sin embargo, su desarrollo y expansión deben ir de la mano con una responsabilidad ambiental y social profunda. Esto implica una mayor transparencia por parte de las empresas, una regulación más estricta por parte de los gobiernos y una conciencia crítica por parte de los consumidores. Es como darse cuenta de que tu superhéroe favorito también tiene un lado oscuro, y que el gadget más avanzado podría estar contribuyendo a un problema mayor.

La reflexión: ¿Hay un futuro para la IA sin sacrificar el planeta?

La polémica en Brasil nos obliga a mirar más allá de las pantallas brillantes y las promesas de innovación. Nos empuja a confrontar la realidad material que soporta nuestro mundo digital. La construcción de datacenters de gigantes como Google en regiones que se están secando es un recordatorio brutal de que la tecnología, por muy avanzada que sea, no es inmune a las leyes de la física y la ecología. La sed de datos, la sed de poder de cómputo, no puede ignorar la sed de vida.

Pero como buenos geeks, sabemos que cada problema es una oportunidad para la innovación. ¿Qué pasaría si la Big Tech invirtiera masivamente en tecnologías de enfriamiento sin agua? ¿O si desarrollaran datacenters flotantes en océanos o subterráneos en regiones con abundancia hídrica o geológica que favorezca el enfriamiento natural? ¿Y si la eficiencia energética se convirtiera en la métrica más importante, incentivando el diseño de hardware y software menos hambriento de recursos? Es el momento de que la misma creatividad que nos dio la inteligencia artificial se aplique a resolver su huella ambiental.

El cambio climático causa efectos devastadores en varios estados de México.

La discusión sobre los datacenters y el agua en Brasil es un microcosmos de un debate global mucho más amplio: ¿Cómo construimos un futuro digital que sea verdaderamente sostenible? ¿Cómo aseguramos que la tecnología sea una fuerza para el bien, y no un acelerador de la crisis climática? La respuesta no está en detener el progreso, sino en redefinir lo que significa el progreso. Se trata de construir una “nube” que no sea un vampiro de agua, sino un ecosistema digital que respire en armonía con el planeta. Porque al final del día, no importa cuántos gigabytes almacenemos o cuántos modelos de IA entrenemos, si no tenemos un planeta habitable para disfrutarlos. La próxima era de la IA no solo debe ser inteligente, debe ser verde. ¿Están las grandes empresas dispuestas a pagar el verdadero precio por la sostenibilidad?



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