Intentar predecir las próximas movidas de Benito Antonio Martínez Ocasio, mejor conocido como Bad Bunny, es un ejercicio fútil. Luego de posicionarse número uno en todas las plataformas musicales a nivel global con su más reciente disco DeBÍ TiRAR Más FOToS (DTMF), y con millones de fanáticos a la expectativa, Benito, el nene de Almirante, sorprendió al planeta anunciando una residencia de conciertos, en Puerto Rico, titulada No me quiero ir de aquí. Comenzando el 11 de julio y culminando el 14 de septiembre, Benito paralizará la isla con 30 funciones. El artista número uno del mundo podría presentarse en cualquier escenario internacional, pero ha escogido —esta vez— quedarse en su casa.
Estos conciertos no deben despacharse como algo simple o trivial. Su impacto ya comienza a sentirse en la isla: comercios locales desarrollan estrategias de mercadeo dirigidas a la fanaticada del Conejo, mientras marcas globales buscan insertarse en la conversación, diseñando tragos, camisas y promociones. La residencia de Bad Bunny acapara los medios locales e internacionales, que no paran de hablar del artista y de Puerto Rico. La atención mundial que ha generado ha despertado entusiasmo en sectores que la ven como una oportunidad para atraer turismo a la isla.
Sin embargo, No me quiero ir de aquí es también una oportunidad para repensar el turismo desde otra perspectiva. Me parece muy peligroso utilizar el impacto turístico de la residencia de Benito para perpetuar el desplazamiento y la gentrificación de personas puertorriqueñas. No me quiero ir de aquí no puede ser una excusa para, precisamente, sacar a la gente de “aquí”. En esta coyuntura, es necesario imaginar un turismo que no continúe desangrando ni desplazando a quienes habitan esta tierra.
No me quiero ir de aquí genera mucha conversación, también, porque Benito no es un artista más de Puerto Rico. Su denuncia sobre la situación colonial y el colapso del sistema eléctrico, así como su crítica al gobierno de la isla son elementos esenciales de su figura pública. Estos posicionamientos no son añadiduras a su carrera musical: son parte de su identidad como artista. Su más reciente disco lo demuestra claramente. DTMF combina ritmos de plena, salsa y reguetón, en una incuestionable oda a su puertorriqueñidad. La contraportada del álbum anuncia: “Este proyecto es dedicado a todos los puertorriqueños y puertorriqueñas en el mundo entero”.
Una semana antes del lanzamiento del disco, Benito estrenó un cortometraje, también titulado DTMF. Protagonizado por el actor, director, productor y escritor puertorriqueño Jacobo Morales (y Concho, una animación inspirada en el típico “sapo concho” puertorriqueño), el corto articula una crítica puntual a los procesos de gentrificación y colonización que afectan la isla desde hace siglos. Jacobo, sentado en su sillón bebiendo café en una taza plástica, conversa con Concho sobre cómo los gobiernos y el sistema colonial han convertido a Puerto Rico en un paraíso para inversionistas y extranjeros, mientras desplazan a quienes habitan y defienden esta tierra. Es un retrato que señala con agudeza la precariedad que marca el presente de la isla.
El cortometraje es también un presagio del futuro y un mensaje de resistencia. En otra escena, Jacobo intenta pagar con efectivo en una panadería llena de extranjeros, donde se habla inglés y solo aceptan tarjeta o pago móvil. Juan Pablo Díaz —actor, músico y cantante puertorriqueño— se levanta, paga la cuenta, y mirando a Jacobo fijamente a los ojos le dice: “Seguimos aquí”. Ese “seguimos aquí” parece ser el hilo conductor tanto del cortometraje, como del disco y la residencia.
Benito tampoco es perfecto. Endiosarlo o exaltarlo como el salvador de la isla tampoco me parece adecuado. La tarea de descolonización y creación de un país más justo y ético no es individual, es colectiva. Resistir la imposición colonial, repensar la posibilidad de otro país y reimaginar un futuro esperanzador es una tarea que deben asumir las personas puertorriqueñas, dentro y fuera de la isla, que sueñan con un mejor Puerto Rico. Por esto, ante la Ley PROMESA, la venta de nuestras costas, el colonialismo y la corrupción gubernamental, Bad Bunny espeta su residencia en la isla invitándonos a gritar con “LA MuDANZA”:
De aquí nadie me saca.
De aquí yo no me muevo.
Dile que esta es mi casa.
Donde nació mi abuelo.
Finalmente, es importante entender que la voz de Benito no es la primera, ni será la última. Por siglos, próceres y múltiples organizaciones sociales han dejado el pellejo en la calle defendiendo los derechos de las mujeres, las comunidades LGBTQIA2S+, las personas pobres, empleados públicos, maestras, enfermeras, las costas, playas, el comerciante local, entre otros. La lucha contra el colonialismo y la corrupción gubernamental no empiezan ni terminan con Benito. Ciertamente, su plataforma artística le permite llegar a otros lugares, pero sus denuncias cargan con siglos de historia. Bien escribió Virgilio Dávila hace más de un siglo, en 1916:
No des por ningún dinero
tu pedazo de verjel,
que eres tú patriota fiel
y de legítimo cuño,
y el que vende su terruño
vende la patria con él.
Frente al gobierno de la colonia, que hace todo lo posible por crear “un Puerto Rico sin puertorriqueños”, Benito planta su residencia, dejando claro que este es su país y el nuestro. Al hacerlo, nos recuerda —con ritmos, imágenes y palabras— que una residencia puede ser también una declaración de resistencia.