Ciertamente, durante la primera mitad del pasado siglo, y dado su uso asesino y aberrante por parte del fascismo nacional europeo y japonés, el término nacionalismo se convirtió en una mala palabra. Esta mal concebida y peor encaminada idea del nacionalismo acaparó la definición del concepto, demonizándolo en todas sus acepciones. A tal campaña de descrédito se unió primero el marxismo, y luego su sucedáneo el posmodernismo junto a todos sus afiliados, declarando el nacionalismo en todas sus modalidades parte de un gran relato de poder y de control creado para mantener las sociedades subyugadas.
Sin duda los seres humanos, por natural instinto, tienden a organizarse acorde con afinidades culturales que usualmente surgen de afinidades geográficas. El lugar, las tradiciones, el idioma, las creencias, los ancestros, las creaciones de sus artistas y, sobre todo, la conciencia de un destino común, son los elementos que los une y distingue, una especie de pega social que aguanta la fibra junta. Al conjunto de estos elementos se le conoce como culturas nacionales, en la medida que los humanos se organizaron políticamente como naciones. Desde los albores de las sociedades constituidas, esta ha sido la tendencia, y en su gran mayoría ha resultado una organización natural y eficiente.
En la demonización del término nacionalismo también quedaron ensartados los términos patria y patriotismo, tachados por ser meras extensiones de los términos nación y nacionalismo. Porque patriotismo es sin duda nacionalismo llevado al nivel de los afectos. Es decir, que no solo reconoce uno ser parte de un conjunto que comparten una misma cultura y circunstancias, sino que uno ama eso que se reconoce ser. Ser patriota no es más que querer con emoción lo que se es, y defenderlo en caso de amenaza. Al presente, en la academia se rechazan estos conceptos, tildados de decimonónicos y peligrosos.
Este fin de semana asistí a uno de los conciertos de la Residencia de Bad Bunny, donde todo giraba en torno a lo puertorriqueño como elemento de cohesión y celebración. Lo nacional puertorriqueño, la pega que nos une, la cultura, la geografía, el idioma, y también los problemas comunes, la corrupción, los políticos, la precariedad de los servicios, y sobre todo el desplazamiento, fueron la esencia y el tema de todo lo que ocurrió allí. Es la unión particular de todos estos asuntos, por su esencia misma de ser cosa genuina y única, lo que le da su proyección internacional. El mundo reconoce la creación de este artista no solo por su aspecto musical, sino por ser el representante de lo más íntimo de una cultura nacional, cultura nacional que ha sido el dique para impedir que eso que llamamos “lo puertorriqueño” sea arrasado totalmente por el colonialismo de una cultura extranjera. Sin duda que el beneficio económico generado por este joven artista supera el de cualquier iniciativa gubernamental, pero su mayor hazaña ha sido cementar el sentimiento nacional puertorriqueño y declararlo ante el mundo.
Pero el mensaje no se quedó meramente en exaltar los valores de nuestra cultura. Además del nacionalismo puertorriqueño en su acepción de lo cultural propio, Bad Bunny también apeló al patriotismo, a la necesidad de amar y defender esto que es la isla, la gente y su cultura, todo lo que somos como conjunto. Yo no me quiera ir de aquí es un mensaje poderoso que denuncia el intento burdo que bien conocemos para desplazarnos de nuestra tierra y desligarnos de lo que somos; es un mensaje que apela a querer y amar lo propio, y a preservarlo. Por lo pronto, el artista ha dejado la cuestión planteada, el sentir expuesto, la nación reconocida. Ahora toca a las fuerzas vivas del país organizarse y tomar las acciones pertinentes para evitar que, mediante presiones económicas, se nos quiera sacar de aquí. Y esas acciones concertadas, vale advertir, casi el único antídoto probado que funciona contra el colonialismo, requerirán que casi todos, al menos por un tiempo, abandonemos la pequeña comodidad con que nos hemos conformado. He ahí el gran dilema del colonizado, reconocer cuándo la necesidad de un bienestar colectivo futuro supera el pobre bienestar individual del presente colonial.
Un artista, cuya carrera es casi la acumulación y cima del mensaje de muchos artistas puertorriqueños que lo han precedido, solito reta al establishment creado en la colonia que busca ridiculizar lo que somos y hacernos sentir menos, y lo hace temblar. Solo una mente fresca, libre de prejuicios políticos, académicos y sociales, libre de discursos paralizantes y de correctismos políticos, es capaz de alcanzar los logros de este artista. Hemos sido afortunados.