Del CPI
Miércoles, 16 de julio de 2025Audiencia Puerto Rico’s Fiscal Recovery under PROMESA and the Road AheadWashington D.C.
A las 9:45 am había fila en uno de los pasillos del Longworth House Office Building de la Cámara de Representantes de Estados Unidos. Esperaban entrar al salón de audiencias Morris K. Udall para escuchar ponencias sobre un tema que no suena mucho entre las paredes de mármol de los edificios de estilo neoclásico en Washington D.C. Varios congresistas del Subcomité de Asuntos Insulares e Indígenas, parte del Comité de Recursos Naturales de la Cámara, se disponían a evaluar el desempeño de la Junta de Control Fiscal que impuso sobre Puerto Rico el Gobierno de Estados Unidos en 2016.
Los asistentes esperaban a que abrieran la puerta del salón, entre conversaciones animadas, como si aguardaran a entrar a un club nocturno. Había adolescentes de high school estadounidenses que hacen internados veraniegos en oficinas congresionales. Por supuesto estaban allí los abogados y abogadas de bufetes, con sus carpetas y cafés en vasos de styrofoam en mano. Otros tenían pinta de ayudantes recién graduados de universidad, con carnet colgándoles del cuello, luciendo un fashion que mezcla vestuario corporativo azul marino oscuro y tenis Converse blancas.
Se abrieron las puertas.
La sala de audiencia era amplia, con grandes retratos de pintura realista de lo que parecían ser políticos del pasado. Ventanales que van del piso casi al techo, cortinas de seda y candelabros color oro coronados con estatuillas de águilas con las alas abiertas. Respiré el aire cortesano imperial y tomé asiento en la pequeña mesa que habían designado a la prensa. Allí estaba solamente un periodista, José Delgado, de El Nuevo Día. Recuerdo un tiempo en que la Junta solía atraer más atención mediática. La prensa internacional, los medios especializados y los estadounidenses mandaban a sus corresponsales a cubrir las sesiones que hacía la Junta en Puerto Rico, o en Nueva York. En los alrededores se formaban protestas. Pero a nueve años de su establecimiento, parece que la Junta se ha normalizado.
En la última fila del auditorio estaba sentado el director ejecutivo de la entidad, Robert Mujica, rodeado por hombres y mujeres en chaqueta que hablaban entre sí, mientras él permanecía en silencio, con la barbilla recostada sobre sus puños cerrados y la mirada perdida apuntando al suelo.
Faltaban 15 minutos para que comenzara la audiencia. Desde que se estableció en 2016, la Junta ha impulsado políticas neoliberales de recortes presupuestarios, con el fin de equilibrar las finanzas del gobierno. Se supone que uno de los criterios para que la Junta se disuelva es que el Gobierno de Puerto Rico logre crear cuatro presupuestos balanceados corridos. Pero en nueve años no han logrado balancear ninguno.
La Junta también representa al Estado Libre Asociado en el proceso de reestructuración de la deuda en el que entró el Gobierno de Puerto Rico luego de declararse en bancarrota en 2017, bajo el Tribunal federal de distrito de Puerto Rico. Se apunta como un éxito el haber logrado el repago del 80% de la deuda a los bonistas. Después de todo, esa fue una de las tareas que le asignó la ley PROMESA.
Y ahora que el proceso de reestructuración de la deuda está en su fase final, restando solo llegar a un acuerdo sobre la Autoridad de Energía Eléctrica (AEE), todos se preguntan cuándo debe irse la Junta.
Pero en lugar de planificar irse, la Junta pareciera tener más interés en quedarse. Desde que se estableció, ha creado toda una casta de intermediarios —asesores, abogados, contables— que cobran salarios de lujo. Algunos de ellos estaban allí en la audiencia, rodeando a Mujica. Él sería el “testigo principal” durante esa audiencia que emula el formato de un tribunal. En la tribuna, sin embargo, no había jueces, sino congresistas. Leyeron ponencias e interrogaron a Mujica y a otros dos “testigos”, jugando el papel de fiscales o “defensores del pueblo de Puerto Rico”, pero no mencionaron ninguna métrica o parámetros concretos para evaluar el desempeño de la Junta de manera eficaz, precisa y consecuente.
Tampoco se comprometieron a someter alguna ley relacionada a PROMESA o la Junta, no establecieron fecha para una próxima audiencia o vista en el Congreso para dar seguimiento. La audiencia le sirvió a cada cual para proyectar lo mejor de sí, dentro de sus capacidades, todos diciendo hablar en nombre de Puerto Rico, sabiendo que al final sus palabras no tendrán ningún efecto o consecuencia real. En ese auditorio, el aparato con más poder real sobre Puerto Rico seguía siendo la Junta, que no ha tenido ninguna cortapisa para establecer medidas de austeridad en los pasados nueve años.
Aún así, Mujica, su director ejecutivo, estaba nervioso. Cuando se lo pregunté, en inglés —Are you nervous?— estaba de perfil, preparándose para tomar su asiento en la primera fila, designada para los “testigos”. Antes de responder, lo pensó por unos segundos, en silencio, de nuevo con la mirada perdida, esta vez hacia el horizonte, hasta que se volteó y me dijo “Of course”, mirándome a los ojos, mientras mostraba una leve sonrisa.
Al poco tiempo, sonó un chirrido como de puerta de emergencia. Un reloj de números rojos, pegado en la pared, marcó las 10 en punto. Después se escuchó el sonido del mazo del presidente del Subcomité, el republicano por el tercer distrito de Colorado, Jeff Hurd. Así el espectáculo de esa mañana, en Washington DC, daba inicio, con puntualidad cronométrica, como es usual en este submundo.
De la bodega a la Junta: la carta étnica de Robert Mujica
En el estrado, Hurd dio el discurso de apertura. Dijo que en el subcomité estaban explorando los próximos pasos para resolver la crisis de la deuda de Puerto Rico. Y trabajando para asegurar que se establezcan medidas para prevenir que el Gobierno de Puerto Rico se enfrente a riesgos financieros en el futuro. Pero no ofreció detalles sobre cuáles eran esos pasos o cuáles debían ser esas medidas de prevención.
Después tomó la palabra la representante de Nuevo México, la demócrata Teresa Leger Fernández. Aprovechó para describir la Ley PROMESA, repetir la cantidad de deuda que el Gobierno de Puerto Rico ha tenido que pagar y reconocer que el país continúa pasando por dificultades económicas. Luego hizo un llamado a que todas las partes, sin especificar cuáles, se unan para resolver la deuda de la AEE. Como si se tratara de una cuestión de trabajar en equipo, cuando en realidad se trata de bandos armados con bufetes de abogados que llevan años peleando para ver quién cobra más o quién paga menos.
De la misma forma que la Junta se ha normalizado, sus personajes también han pasado a un segundo plano en la esfera mediática de Puerto Rico. Su primer presidente, José Carrión III, adquirió notoriedad mientras ejerció esa función, en parte por su procedencia de clase privilegiada y su carácter frío y desvergonzado. Con su pelo oscuro con brillantina peinado hacia atrás, era una cara conocida.
Ahora, no me sorprendería que en una encuesta de a pie por las calles de Santurce nadie supiera quién es Robert Mujica. Estaba sentado, ya en su mesa de testigo, a punto de tomar su turno de apertura. Por debajo de la mesa le veía mover sus piernas inquietas, zapatos negros, los pies de punta y el talón subiendo y bajando sin cesar. Junto al atuendo habitual de chaqueta que le da el tono serio a este tipo de ceremonia, Mujica tenía unas pulseras que parecieran provenir de un momento de su pasado del que no ha podido desprenderse. Llevaba dos en cada muñeca. La de una mano tenía un aire hippie o surfer, de hilos de colores entretejidos. Otra era más de onda esotérica o new age, negra y conectada a pequeñas esferas plateadas.
Una vez comenzó a hablar, se notó más calmado. Supuse que se le pasó el nerviosismo al darse cuenta de que las preguntas no iban a ser tan serias. Y como siguiendo una tendencia que anda muy de moda, Mujica apeló al sentimiento patrio, resaltando su trasfondo puertorriqueño, lo cual describió como su herencia. Contó que sus padres se habían ido de Puerto Rico a Nueva York en el momento histórico que se conoce como “La Gran Migración”. Que su abuelo estableció una bodega en donde él, de joven, trabajando en la caja registradora, aprendió a contar dinero.
También dijo que sus padres, servidores públicos, habían trabajado en la Oficina de Administración y Presupuesto de la Ciudad de Nueva York, luego de que la ciudad se declarara financieramente insolvente. Él, por lo tanto, había asumido su cargo en la Junta, en enero de 2023, como algo “personal”, luego de trabajar por siete años como director de presupuesto del estado de Nueva York y de ocupar otros puestos financieros en la legislatura del estado. Mujica estudió sociología en Brooklyn College de la City University of New York y una maestría en Administración Gubernamental de la Universidad de Pensilvania en Filadelfia. También tiene un Juris Doctor de Albany Law School.
Ese bagaje y la exaltación de su herencia boricua, no impidió a la representante demócrata de Nueva York, Alexandria Ocasio-Cortez, también de ascendencia puertorriqueña, recordarle a los presentes el lado oscuro de la Junta.
La Junta “por años ha impuesto recortes presupuestarios devastadores para el sistema de salud, las pensiones y la educación en Puerto Rico”, dijo Ocasio-Cortez.
Pero eso fue todo. Incluso Ocasio-Cortéz, quien tiende a ser fogosa en sus discursos, sonaba como quien ha llegado a la aceptación de que la Junta es la única alternativa posible para resolver la deuda del gobierno de Puerto Rico. A estas alturas del juego, y con la mayoría de la deuda resuelta, oponerse a la Junta suena como algo inútil, como una batalla que se dio pero se perdió. El discurso ha cambiado, y de un ente repudiable y anti democrático que velaba por los intereses de Wall Street, se ha instalado la narrativa de la Junta como defensora del pueblo ante los fondos buitre.
En cuestión de minutos, Ocasio-Cortéz pasó de formular preguntas retóricas con respuestas conocidas, aparentando “fiscalizar” a la Junta, a atacar a los los fondos buitre. Una movida que ahora suena a destiempo, pues ya la mayoría de esas firmas de inversión especulativas ha cobrado lo suyo.
“¿Es verdad que durante los pasados 10 años la Junta ha reestructurado casi toda la deuda de Puerto Rico?”, preguntó Ocasio-Cortéz a Mujica.
Una vez más, repitió Mujica: “Sí, casi toda, con la excepción de la de la AEE”.
“Cuánto la AEE debe pagar a sus bonistas actuales”, preguntó Ocasio-Cortez.
Mujica: “2.6 mil millones es el plan de la Junta”.
Ocasio-Cortéz: “Entiendo que algunos bonistas no están de acuerdo con esta cifra y exigen que les paguen 12 mil millones de dólares.”.
Mujica: “Sí, están pidiendo 12 mil millones”.
Ocasio-Cortéz: “Señor Mujica, veo aquí que una de las principales firmas de Wall Street que lucha por esos 12 mil millones es Golden Tree Asset Management, ¿correcto?”.
Mujica: “Sí, eso es correcto”.
Ocasio-Cortéz: “Un año después de la quiebra de la AEE, Golden Tree anunció por primera vez su inversión en ella. Cuatro años y medio después de la quiebra, Golden Tree triplicó su inversión en bonos de la AEE, alcanzando los mil millones de dólares. Eso fue después de la quiebra. Esa es la definición de un fondo buitre. Esto es una explotación, un vacío legal para prácticas desleales. Y ahora, esta gente, que sabía que esa deuda no era viable y la compró después de la quiebra, exige el pago de 12 mil millones de dólares, intentando detener anticipadamente las operaciones de PROMESA para poder recibir esos 12 mil millones, en lugar de los 2.6 mil millones que se determinaron y fueron negociados independientemente”.
Hubo otras ponencias, como la del comisionado residente de Puerto Rico en Washington D.C, quien tiene voz pero no voto, Pablo José Hernández. El popular resaltó que nueve años sin haber logrado un presupuesto balanceado es un gran fracaso para la Junta. Preguntó a Mujica quién tenía la culpa de eso, la Junta o el Gobierno. Obviamente, Mujica dijo que el Gobierno, que no estaba allí representado. Hernández opinó que ambos tenían la culpa.
En conclusión, la Junta se queda. Siguen en pie las mismas reglas del juego con las que los fondos buitre intentan cobrar la deuda. Y la Junta seguirá operando de la misma manera que lo ha hecho hasta ahora, sin nadie que realmente los fiscalice o les imponga algún tipo de mecanismo para rendir cuentas.
Cuando terminó la audiencia, Mujica se paró de su asiento, volvió a ser rodeado por su séquito de asistentes, y su semblante lucía relajado y satisfecho. El nerviosismo del principio resultó ser solo un susto pasajero.