La violencia juvenil es una pandemia silenciosa que se ha intentado extinguir con remedios sociales fracasados. Cada año surgen casos que nos estremecen el alma, como el lamentable asesinato de la adolescente Gabriela Nicole Pratts Rosario de 16 años a manos de otras adolescentes. Dicho suceso no solo consternó al país, sino que ha destapado una realidad de violencia juvenil que habíamos ignorado o quien sabe si hasta normalizado. El ser humano se concibe como un ser biopsicosocial-espiritual —fisiológico, psicológico, social y espiritual—, lo que implica que la carencia o desatención en alguna de estas dimensiones puede generar consecuencias significativas, incluso manifestarse en conductas violentas.
La violencia no ocurre en el vacío, es producto de una combinación de factores sociales, económicos, comunitarios, políticos, entre otros que inciden en la presencia de esta problemática social. No basta con reconocer que nuestra sociedad es violenta, también debemos considerar cómo esta se replica a través de los medios, las redes sociales y las prácticas diarias de convivencia. Según el Informe de menores intervenidos por la Policía, entre el 1 de enero al 30 de julio del 2025, la Uniformada radicó 867 faltas a jóvenes por agresiones, secuestros, actos lascivos, escalamientos, robo de carros, posesión de armas y/o narcóticos. Estas estadísticas no solo deben alarmarnos, sino que deben provocar un sentido de compromiso y responsabilidad social para trabajar juntos hacia la prevención de la violencia.
El sector social compuesto por trabajadores sociales, psicólogos, consejeros profesionales y sociólogos, han advertido por años sobre el alza en la violencia juvenil, así como las consecuencias devastadoras de ignorar una problemática que hoy día, se nos ha salido de las manos. No basta con repetir el discurso vacío de que la juventud es el futuro del país, mientras se ignora que la generación actual crece con limitadas destrezas de salud emocional, precariedad económica y en contextos familiares marcados por la violencia. Las familias requieren herramientas de apoyo en los procesos de crianza, así como acceso a servicios sociales —salud física y mental, vivienda, educación, empleo y un salario digno— que favorezcan un desarrollo integral, saludable y sostenible tanto para ellas como para sus hijos e hijas. Necesitamos respuestas integrales para seres integrales.