Saturday, November 23, 2024
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De esta manera ha cambiado la protección del Servicio Secreto a los presidentes de Estados Unidos

Durante la presidencia de Abraham Lincoln, cualquiera podía ir a verlo a la Casa Blanca. Y lo hicieron: Madres que querían librar a sus hijos del servicio militar, esposas que buscaban sacar de prisión a sus maridos tras resistirse al reclutamiento y personas que simplemente deseaban conocer al presidente.

“Algunas personas sólo deseaban consuelo en una época terrible y él lo daba libremente”, escribió James B. Conroy en su libro “Lincoln’s White House: The People’s House in Wartime” (La Casa Blanca de Lincoln: La casa del pueblo en tiempos de guerra).

El mundo ha cambiado mucho desde la década de 1860, al igual que la protección que se les da a los presidentes. Los equipos de protección han crecido en tamaño, responsabilidad y tecnología en los más de 100 años que el Servicio Secreto se ha encargado de proteger a los presidentes.

Cuando los presidentes salen de la Casa Blanca, son acompañados por los agentes del Servicio Secreto. Los automóviles no pueden pasar frente a la que, con frecuencia, se conoce como “la casa del pueblo” en el número 1,600 de la Avenida Pensilvania. La altura de la cerca ha aumentado, y no hay que intentar siquiera atravesar la puerta sin una cita o una placa.

El número de personas custodiadas también ha crecido, debido a que los vicepresidentes, expresidentes, candidatos, familiares y otros también reciben protección.

Durante la Guerra Civil, Lincoln dudaba de hacer que la Casa Blanca luciera como un campamento armado, pero a finales de 1864, varios policías fueron asignados para su protección, indicó la Asociación Histórica de la Casa Blanca. El presidente Franklin Pierce fue el primero en tener un guardaespaldas de tiempo completo en 1853.

No fue sino hasta 1901, tras el asesinato del presidente William McKinley, que el Congreso pidió al Servicio Secreto — que originalmente era una división del Departamento del Tesoro que perseguía a los falsificadores — que se hiciera cargo de proteger al comandante en jefe.

Desde entonces, los equipos de protección han crecido y evolucionado, generalmente, en respuesta a asesinatos, intentos de magnicidio u otros eventos de seguridad importantes. Exagentes del Servicio Secreto señalan que el organismo estudia el atentado contra la vida del expresidente Donald Trump, ocurrido hace una semana en un mitin en Pensilvania, y realizan cambios para ajustarse a él.

El intento de asesinar al presidente Ronald Reagan en 1981 suele mencionarse como un punto de inflexión en la forma en que opera el Servicio Secreto.

Reagan salía del hotel Hilton de Washington cuando John Hinckley Jr. abrió fuego entre un grupo de espectadores y periodistas, a menos de 5 metros (unos 15 pies) de distancia. Hinckley disparó seis tiros antes de que los oficiales del Servicio Secreto lo derribaran. El último tiro rebotó en una limusina y alcanzó a Reagan.

Algunos de los cambios que siguieron no son tan evidentes para los observadores externos, pero no dejan de ser importantes. Por ejemplo, el Servicio Secreto comenzó a asignar un agente al pequeño grupo de reporteros que viajan con el presidente para que sepan si hay un infiltrado en el grupo.

Tras el atentado contra Reagan, a los presidentes también se les conduce al interior de los edificios a través de estacionamientos subterráneos. Cuando esto no es posible, se erige una cubierta alrededor de la entrada para obstruir la línea de visión mientras el presidente entra o sale de un vehículo.

“Ya nadie entra por la puerta principal”, señaló el agente supervisor del Servicio Secreto, Bobby McDonald, que actualmente es profesor de derecho penal en la Universidad de New Haven. “Los presidentes y las personas protegidas por el Servicio Secreto han visto más muelles de carga y han atravesado más cocinas que nunca”.

Joseph LaSorsa, agente jubilado del Servicio Secreto que trabajó de 1976 a 1996 y formó parte del equipo de protección de Reagan, dijo que en la era posterior al expresidente también aumentó el uso de detectores de metales en las personas que se acercan al mandatario, para eliminar la posibilidad de que un arma llegue al “área segura” que lo rodea.

También se produjeron cambios después del asesinato de John F. Kennedy en 1963 mientras recorría Dallas en un convertible, afirman exagentes. Los presidentes ya no abordan vehículos abiertos, sino que saludan a los espectadores a través de los gruesos cristales de una limusina fuertemente blindada, apodada “la bestia”.

Los exagentes también dicen que el enfoque en el trabajo anticipado antes de los viajes aumentó significativamente, y que se ha trabajado más para asegurar las rutas de las caravanas de vehículos.

En la Casa Blanca también se han realizado cambios diseñados para hacerla más segura.

Se calcula que un día de mayo de 1995, 26,000 automóviles transitaron por la Avenida Pensilvania frente a la Casa Blanca. Al día siguiente, la calle estaba completamente silenciosa después de que un grupo de trabajadores colocó barreras de concreto en cada extremo para cortar el acceso.

Las crecientes preocupaciones de seguridad, un mes después del atentado en un edificio federal de ciudad de Oklahoma, provocaron el cierre de la Casa Blanca. También se produjeron otros cambios, como las restricciones al tráfico aéreo después de que un pequeño aeroplano se estrelló en el césped de la Casa Blanca en 1994. De igual forma, la mansión recibió disparos dos veces en ese mismo año.

El entonces presidente, Bill Clinton, dijo que era necesario cerrar la calle como protección contra el tipo de ataque visto en ciudad de Oklahoma, pero prometió que no se impediría “el acceso de las personas a la Casa Blanca y a su presidente”. Incluso juró que los manifestantes seguirían teniendo derecho a caminar hacia los terrenos de la Casa Blanca. Muchos lo siguen haciendo.

Thomas Jefferson fue el primero en rodear a la Casa Blanca con una cerca de postes y barandillas de madera alrededor de 1801. La reemplazó con un muro de piedra en 1808, que no ofrecía una muy buena vista del edificio.

Para disuadir a quienes intentaran saltar la cerca, en 2015 se instalaron puntas de metal, y más tarde, su altura se duplicó a unos 4 metros (13 pies). En esta última renovación, el espacio entre los barrotes se amplió ligeramente —sólo lo suficiente para que un niño flacucho o malcriado pueda atravesar.

El aumento de la seguridad que rodea al presidente amplía inevitablemente la distancia entre éste y los estadounidenses. Aunque las personas aún pueden visitar la Casa Blanca, deben solicitar recorridos mediante su congresista y enviar anticipadamente su información de identificación al Servicio Secreto.

Paul Eckloff, un agente del Servicio Secreto jubilado que formó parte de los equipos que protegieron a tres presidentes durante su carrera de 23 años, dijo que frecuentemente escucha a personas que dicen que el presidente no debería participar en mítines al aire libre o que debería mantenerse lejos de la gente.

Él comprende el sacrificio —más seguridad significa más separación entre el presidente y el pueblo. Como agente, Eckloff siempre consideró su trabajo no como una protección de la persona, sino de la oficina presidencial.

“Si me despertara en un país donde el presidente de Estados Unidos permaneciera en un castillo, nunca interactuara con los votantes, y que ningún estadounidense común tuviera nunca la oportunidad de verlo, no consideraría que mi sacrificio hubiera valido la pena”, dijo.



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