Saturday, September 20, 2025
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La justicia para Gabriela: más allá de la cárcel

La indignación ante la tragedia de Gabriela es profunda y legítima. Como sociedad, sentimos rabia, impotencia y dolor. Es natural que muchas voces clamen por justicia, y que la cárcel parezca la única respuesta posible. Pero cuando el dolor nos nubla, corremos el riesgo de confundir castigo con reparación.

La prisión, por sí sola, no resuelve la violencia. No sana a las víctimas, no transforma a los agresores, y no previene que otros actos similares ocurran. El modelo tradicional de justicia —capturar, procesar, condenar y, en muy raras ocasiones, rehabilitar— ha demostrado ser insuficiente. Privar de libertad no es una medicina que cura el trauma, ni una solución que ataca las raíces del problema.

No existe una fórmula mágica para erradicar la violencia, pero sí existen alternativas que nos invitan a repensar qué significa realmente “hacer justicia”. La cárcel, lejos de ser un espacio de transformación, suele profundizar la exclusión social y dejar secuelas invisibles en individuos, familias y comunidades. Su impacto va más allá de los barrotes.

Aquí es donde la justicia restaurativa cobra valor. Este enfoque no pretende sustituir la justicia penal, sino complementarla. No puede devolver a quienes hemos perdido, pero sí ofrece herramientas para sanar, reparar el daño y reconstruir vínculos rotos. Busca que todas las partes involucradas —víctimas, ofensores y comunidad— participen en un proceso de sanación colectiva.

La justicia restaurativa no significa impunidad. Significa asumir responsabilidad desde la integración, no desde la exclusión. Significa mirar al agresor como alguien que debe responder por sus actos, pero también como alguien que puede transformarse. Botar la llave no garantiza una convivencia sana; al contrario, perpetúa el ciclo de violencia.

Sabemos que, en Puerto Rico, la estructura judicial y las creencias sociales sobre el castigo dificultan la implementación de este modelo en todos los casos. Pero en las circunstancias adecuadas, sus beneficios son inmensos. No se trata de perdonar sin consecuencias, sino de sanar con propósito.

Es momento de cambiar paradigmas. Hacer justicia a Gabriela no es solo castigar a quienes le hicieron daño. Es transformar el sistema para que ninguna otra niña pierda la vida por causas estructurales. Es invertir en entornos familiares saludables, en educación emocional, en prevención, en acompañamiento. Es construir un país que proteja a sus niñas, niños y juventudes.

La justicia que sana, restaura, protege y previene es la que necesitamos. Lo contrario no es justicia: es parte del mal social. El dolor de las familias que sobreviven a la violencia debe impulsarnos a actuar, a transformar, a cuidar. Desde la esperanza, la empatía y en su memoria: ¡Justicia para Gabriela!



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