La Torre Eiffel , uno de los monumentos más icónicos de París, experimenta una fascinante transformación con los cambios de estación: puede aumentar su altura hasta en 15 centímetros durante el verano. Este fenómeno tiene una explicación puramente científica basada en los principios de la física y la expansión térmica.
La estructura de la torre está compuesta principalmente de hierro forjado, un material que, como la mayoría de los metales, es sensible a las variaciones de temperatura. Cuando el calor del verano incide sobre el hierro, las partículas que lo componen absorben energía y comienzan a vibrar con mayor intensidad. Este aumento en la energía cinética de las partículas hace que se distancien entre sí, ocupando un mayor volumen. Es lo que se conoce como expansión térmica.
En esencia, la estructura metálica de la torre se dilata al calentarse, provocando un perceptible —aunque temporal— incremento en su altura. La magnitud de 15 centímetros puede parecer considerable, pero es una demostración directa del coeficiente de dilatación lineal del hierro. Al descender las temperaturas en invierno, el proceso se invierte: el metal se contrae, y la torre regresa a su altura estándar.
Este fenómeno no solo demuestra la robustez del diseño de Gustave Eiffel para soportar estos cambios, sino que también subraya la importancia de la física de materiales en la ingeniería de grandes estructuras. La torre, que fue inaugurada en 1889, se mantiene firme gracias a la correcta consideración de estos efectos térmicos en su concepción original.