Thursday, November 13, 2025
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La hipocresía de Nydia Velázquez y la complicidad de los estadistas que le sirven de plataforma


Alejandro Figueroa + Columnista

Por años, la congresista Nydia Velázquez se ha proyectado como una “defensora” de los puertorriqueños en el Congreso de los Estados Unidos. Sin embargo, su trayectoria política revela una profunda contradicción: dice representar los intereses de los boricuas, pero dedica gran parte de su gestión a obstaculizar el anhelo mayoritario de igualdad y progreso que solo puede materializarse mediante la estadidad. Su discurso de aparente solidaridad con Puerto Rico es, en la práctica, una cortina de humo que disfraza su papel como una de las voces más influyentes en mantener al pueblo puertorriqueño en un estatus colonial y desigual.

Velázquez, aunque nacida en Yabucoa, representa un distrito en Nueva York, no a Puerto Rico. Su mandato emana de los electores de Brooklyn y el Lower East Side, no del pueblo de la isla. Aun así, ha asumido el rol autoproclamado de “portavoz” de los puertorriqueños en el Congreso, una pretensión que resulta tan simbólica como vacía. Desde esa posición, ha impulsado proyectos legislativos —como el Puerto Rico Status Act— que aparentan buscar una salida democrática al problema del estatus, pero que, en realidad, buscan diluir el mandato claro de las urnas que favorece la estadidad, perpetuando un limbo político disfrazado de pluralismo.

Su retórica se alimenta de una narrativa paternalista: que los puertorriqueños no están “listos” para la igualdad, que la estadidad sería “demasiado costosa” o que afectaría la “identidad” nacional. Son argumentos reciclados, que apelan al miedo y la confusión y que ignoran los datos concretos: la estadidad traería paridad en fondos de salud, educación, vivienda y asistencia alimentaria; garantizaría representación con voto en el Congreso; y eliminaría la incertidumbre política y económica que hoy limita la inversión y el desarrollo. Negarle eso a Puerto Rico bajo el pretexto de “proteger su cultura” es una forma sofisticada de racismo político.

Pero la mayor ironía no radica únicamente en Velázquez. Está también en aquellos líderes y sectores estadistas que, por cálculo político o conveniencia mediática, le abren espacio en Puerto Rico. Cada vez que la invitan a foros, programas o eventos bajo la excusa del “diálogo”, le otorgan legitimidad a una figura que ha hecho carrera defendiendo el inmovilismo. Esa complacencia es una forma de complicidad. No se puede decir que se lucha por la igualdad mientras se promueve la voz de quien trabaja activamente para impedirla.

En el fondo, la hipocresía de Velázquez y la tibieza de ciertos estadistas son dos caras de la misma moneda: la falta de voluntad para enfrentar el colonialismo con firmeza moral. Puerto Rico no necesita más guardianes del status quo disfrazados de aliados. Necesita líderes que hablen con claridad sobre lo que significa la estadidad: no un privilegio, sino un derecho civil básico —la igualdad plena ante la ley, la representación con voto y el acceso equitativo a los recursos de la nación que los puertorriqueños han ayudado a construir y defender.

Mientras figuras como Nydia Velázquez sigan utilizando su plataforma para negar esa igualdad —y mientras haya quienes, desde la propia isla, le sirvan de eco—, el progreso de Puerto Rico continuará siendo rehén de una falsa narrativa de “autonomía” que solo prolonga la dependencia. La verdadera lealtad con Puerto Rico no se mide en palabras ni en gestos simbólicos, sino en el compromiso real con la igualdad y la dignidad que solo la estadidad puede garantizar.

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