En Puerto Rico, para hablar de la temporada de huracanes, ya no es suficiente hablar de la preparación individual y la lista de artículos que debemos tener en nuestra casa. Es hablar de salud, de infraestructura, de desigualdad. Es hablar de cómo los cambios globales nos atraviesan en lo cotidiano, en las estructuras con techos de zinc, en los cortes de luz, en las cosechas que no se dan. Por eso, los centros de salud comunitarios no se limitan a atender síntomas: son espacios de preparación, protección y transformación.
Esa fue la premisa que guió la intervención en el centro de salud COSSMA, en Yabucoa, por medio de una colaboración entre Migrant Clinicians Network (MCN), una organización sin fines de lucro enfocada en la justicia en salud, y el programa de Maestría en Salud Ambiental del Recinto de Ciencias Médicas de la Universidad de Puerto Rico. Mis compañeros y yo realizamos nuestra práctica graduada al desarrollar intervenciones junto a centros de salud comunitarios, o centros 330, que fueran enfocadas en un área relacionada al clima que necesitaba ser atendida en las comunidades que sirven. Mi trabajo se centró en analizar el cambio climático y los eventos extremos como parte de una transformación comunitaria a largo plazo: un tema cubierto en el currículo desarrollado por MCN como parte de un proyecto de adaptación al cambio climático en Puerto Rico e Islas Vírgenes. Este recurso busca que, más allá de que entendamos lo que es el cambio climático, reconozcamos cómo se manifiesta localmente, cómo impacta de forma desigual a las comunidades, y el rol de los centros de salud comunitarios para fortalecer la resiliencia colectiva.
Ese rol ya ha sido puesto a prueba en múltiples ocasiones. Uno de los ejemplos más reveladores ocurrió tras el paso del huracán María en 2017. Cuando el personal del centro de salud comunitario COSSMA, en San Lorenzo, logró llegar a las instalaciones, se toparon con un panorama devastador: el techo de zinc había sido arrancado por los vientos, el agua había dañado equipos y medicamentos, y aun así, frente al edificio, una fila de personas esperaba para ser atendida. Ante la emergencia, el personal montó una carpa en la acera, registró a pacientes y medicamentos a mano y organizó traslados a otros centros operacionales. Esta respuesta no fue improvisada: fue resultado de un compromiso arraigado con la comunidad y de una capacidad de adaptación forjada en la práctica. Sin embargo, el centro de salud identificó áreas de potencial expansión de capacidades para servir mejor a la comunidad durante el próximo desastre.
Como parte de nuestra intervención, sostuvimos una reunión con personal clínico y educadores en salud del centro. Fue desde ese espacio de escucha y análisis compartido que surgieron tres grandes categorías de necesidad: (1) la falta de electricidad como barrera estructural, (2) la falta de preparación para la temporada de huracanes como necesidad individual, y (3) el calor extremo como factor ambiental creciente. En el centro de salud, escuchamos a personas preocupadas por no poder abrir las ventanas cuando hay polvo del Sahara, por no saber cómo mantener frescos a sus familiares encamados, por vivir en casas calurosas sin ventilación. Esas conversaciones nos reafirmaron que los centros de salud comunitarios no solo ofrecen servicios médicos: son espacios de encuentro donde se cruzan saberes, vivencias y estrategias de supervivencia.
¿La intervención? Una conversación con pacientes en una sala de espera de un centro de salud primaria. No llevamos respuestas empaquetadas. Lo que hicimos fue sumar herramientas para que el mismo personal del centro, que conoce de cerca a su gente, pudiera integrar estos temas en su quehacer diario. Al instante, vimos cómo abrir espacios, para compartir retos y oportunidades, pueden convertirse en espacios para mejorar nuestra salud. También, fuimos testigos del arte que llevan a cabo los profesionales de educación en salud que incorporan, en tiempo real, información científica para orientar pacientes de enfermedades crónicas. Utilizando su conocimiento, su relación con la comunidad y su empatía. No repitió información: la tradujo, la adaptó, la hizo útil. Eso solo es posible cuando el conocimiento no se impone, sino que se cocrea.
Esta experiencia confirma que los centros de salud comunitarios son pieza clave ante la crisis climática. No basta con responder a emergencias: hay que prepararse con tiempo, junto a la comunidad, reconociendo sus fortalezas, sus redes y sus saberes. Fortalecer estos centros no es un lujo, es una estrategia de justicia y de equidad. Porque el cambio climático no es algo que va a pasar: ya está aquí. Y en lugares como Yabucoa, donde las memorias del huracán María aún duelen y el calor se vuelve insoportable, cada conversación cuenta. Cada intervención cuenta. Y cada sala de espera puede ser una semilla de resiliencia.
Esta es la tercera entrega de una serie de columnas de jóvenes que publicará quincenalmente en las ediciones impresas de Metro mediante una colaboración con la organización Mentes Puertorriqueñas en Acción (MPA).
Los escritos son producto de un proyecto con Migrant Clinicians Network (MCN) titulado Desarrollando Capacidades en los Centros de Salud Comunitaria para Abordar el Impacto de Fenómenos Extremos Relacionados al Clima en los Trabajadores Agrícolas en Puerto Rico y las Islas Vírgenes. Este esfuerzo fue liderado por MCN en colaboración con el Caribbean Climate Hub del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos.
