Llevamos décadas en una declaración oficial de guerra contra las drogas. Décadas de campañas “agresivas” con “golpes duros”, ofensivas costosas y “manos duras”. Pero probablemente toca aceptar la realidad. Si somos absolutamente honestos con nosotros mismos, no nos queda de otra que concluir que hemos fracasado.
Piénselo bien. Prácticamente a diario se reportan en la isla detalles sobre muertes asociadas al narco y, no solo eso, sino que los protagonistas de esas muertes tienen hoy mucho menos edad que quienes eran víctimas hace 30 años. Todas las semanas la Policía comunica “el éxito” de operativos en donde se incautan toneladas de droga o se le echa el guante” al bichote de turno o se le da “un golpe mortal” a una “peligrosa organización criminal vinculada al narco”.
Solo que los adjetivos en cuestión son altamente cuestionados. No me malinterprete. Claro que se trata de organizaciones peligrosas. Solo que aunque le exigimos que cargue el peso de la batalla, la policía hace lo que se le pide hacer. La uniformada no decide las políticas públicas para atender el problema; solo las ejecuta. Así que cuando la alta oficialidad de la Policía anuncia este tipo de intervención hace, a fin de cuentas, lo que se le manda a hacer. Y eso que se le pide que haga atiende muy poco del problema de fondo. Me parece, por lo mismo, que se le coloca a la policía un peso demasiado grande en el balance de la lucha contra las drogas.
Mire los resultados. Con todo y los operativos constantes, los arrestos y las alegadas desarticulaciones, el negocio sigue vivo. Por cada arresto, la calle produce nuevos protagonistas del mercado ilícito de drogas. Por cada organización “desarticulada” otra se articula en menos de lo que canta el gallo. Porque si hay mercado, hay negocio. Por cada cargamento de droga al que se le echa mano, otros tantos cargamentos llegan no solo con las drogas de siempre sino más. Mire usted el caso de la crisis local por fentanilo y la aparición confirmada la pasada semana de la llamada “Cocaína Rosa o “Tusi” en la isla.
Y ese mercado provoca muertes. La semana pasada conversaba con el portavoz de la DEA en la isla y me compartía unos números escandalosos. En el año 2022, 636 personas murieron por causa del consumo de fentanilo. Ese mismo año, todos estábamos escandalizados porque se reportaron 584 asesinatos. El año siguiente el escenario fue similar. Se reportaron 635 muertes por fentanilo y 464 personas fueron asesinadas. Ahora piense en lo siguiente. Si esas muertes por consumo de fentanilo se suman a los fallecimientos por sobredosis y, además, consideramos que el 80% de las muertes violentas en la isla están asociadas al narcotráfico, entonces es inevitable reconocer que el merado de las drogas ilícitas ronda las mil muertes anuales. A pesar de ello, no actuamos como el que se sabe en crisis. No solo ignoramos su existencia, sino que insistimos en seguir apostando a lo mismo que nos ha hecho tropezar con la misma piedra.
Y no. No me diga que “en todas partes fracasan”. Esa es una respuesta simplona que nos ancla en hacer lo de siempre porque “no hay nada que hacer”. Lo que sí sería correcto estipular es que la drogodependencia es un problema global. Solo que unas sociedades han sido más exitosas que otras en atender un problema casi tan viejo como la historia humana. Y ese nivel de éxito o fracaso, -no creo que sea coincidencia- parece estar directamente relacionado a si el enfoque es salubrista o no lo es. Tome usted el caso de Portugal, ese destino de moda para muchos viajeros locales. Hace 30 años era un paraíso del narco. Por aquellas fechas, según cifras oficiales del gobierno portugués, prácticamente moría una persona diaria por sobredosis. En 1999 el enfoque cambió. Se despenalizó la mayor parte de las drogas, se cambió el enfoque a uno salubrista, enfocado en la reducción de daños. En 2017, las muertes diarias por sobredosis se redujeron a 38 en todo el año, los usuarios de heroína y los contagios con VIH se han reducido a la mitad.
En fin, que siempre puede hacerse más. Actuar distinto e intentar resultados igualmente distintos. Si esas soluciones son las que deben ser consideradas localmente es algo que debemos discutir como país de manera seria. Pero lo que parece indudablemente cierto es que más de 50 años de hacer lo mismo nos han dejado en el mismo lugar. Paralizados.