Tony Hinchcliffe pensó que era gracioso. No parecía dudarlo cuando se paró allí frente a la multitud que le observaba en el Madison Square Garden de Nueva York y nos llamó “basura”. Lo hizo allí, en pleno corazón de un movimiento político que muy bien podría llegar al poder y, desde él, establecer políticas públicas que alcancen la isla.
El problema es que para demasiadas personas, en efecto, fue gracioso. Solo basta con escuchar con detenimiento el vídeo de su mil veces analizada intervención en el rally durante el pasado fin de semana para darse cuenta que entre la audiencia escaparon risas. Y aunque después del revuelo público se dio una declaración escrita y escueta, horas después de lo dicho reinó el silencio en el liderato republicano de Estados Unidos.
Incluso el compañero de papeleta del expresidente Donald Trump, JD Vance, obtuvo un sonoro aplauso de la audiencia en otro encuentro republicano cuando se paró en el podio y soltó un par de cosas. La primera y absolutamente increíble, que a estas alturas no ha escuchado las declaraciones. Como si fuera posible creer que no lo ha hecho tras el revuelo global que ha provocado portadas desde el NY Times hasta Le monde en Francia. Como si fuera posible no saber qué contienen las declaraciones que han provocado que el liderato de su partido se expresara para intentar alejarse del chistecito. Pero dijo más.
Acto seguido, procedió a cuestionar si el chiste -ese que dice no haber escuchado- fue o no estúpido o racista. Concluye que el problema es uno de falta de humor. Que “debemos parar de sentirnos tan ofendidos por cada cosa que pasa en los Estados Unidos de América. I’m so over it”, concluyó para abonar a echar por el suelo los intentos de su partido de distanciarse de lo dicho sobre la isla.
Aquello no sorprende. Si bien la mayor parte de los puertorriqueños indudablemente atesora su relación con los Estados Unidos y que un importante sector de ese país conoce algo sobre los lazos históricos que nos colocan bajo bandera estadounidense, también es cierto que un sector considerable de la población estadounidense nos reconoce como “otra cosa”. Como algo ajeno y en ocasiones sin espacio dentro de ese melting pot que sigue teniendo problemas en integrarse después de tantos años. Para algunos, para ser específico y totalmente honesto, somos parte de una amenaza a la idea de Estados Unidos como una nación WASP, como hace decadas nos recordaba en sus análisis Juan Manuel García Pasalaqcua. Un país de hombres blancos anglosajona y protestante.En ese ideario no cabe una isla de “brown hispanic and mainly catholic people” alejada geográficamente de las fronteras físicas del norte.
Así que, ocasionalmente, somos objeto de esos chistes que se vale de lo que abunda en el corazón; y en la mente.
Que haya quienes no solo se rían sino que defiendan al tipo no es descabellado. Lo es, sin embargo, que entre sus defensores ubiquen hijos de esta tierra quienes confunden la necesidad de probar fidelidad al partido en el que militan con la más despreciable actitud servil y autodegradante. Como si pensaran que para lograr que los quieran deben dejar se quererse ellos mismos.
Eche un vistazo a los comentarios que acompañaron las notas que reseñaba las expresiones del comediante, y observe. En el balance, la suma del repudio a ese calificativo de “isla e basura” que aquel lanzó, superó las justificaciones. Per las últimas, pocas, pero vergonzosas, eran lideradas por personas que se identificaban como hijos de esta tierra.
“Que mal sentido del humor’, soltaba uno. “El tipo es así, así que no lo tomo en serio”, añadía otro. “Ellos lo conocen y saben su humor. Seguro que sabían que ese sujeto iba a estar allí. Y lo hicieron para quitarle los votos a Trump” escribía otra pareciendo plantear que los propios organizadores del evento colocaron al individuo como infiltrado.
Los más eñangota’os asumían lo dicho como producto de lo merecido; “El tipo tienen razón” o “nos lo hemos ganado”. “Es que somos basura” se autodegrada otro pretendiendo encontrar eco en su inmolación pública. Y entonces toca preguntarse de donde sale este autoninguneo ¿Hasta dónde pueden llegar los limites del servilismo y el arrodillamiento?
¿De verdad quien asume esta posición cree que autoflagelarse y escupirse la cara a sí mismo y su propia dignidad le gana aplausos y aceptación como “par”?
¿Degradarse a si mismo para ser aceptado por el otro?Un poco más de respeto propio no vendría mal. Que para que se le respete, primero es imprescindible respetarse a sí mismo.