El anuncio de que Bad Bunny será el artista principal del espectáculo del half-time del Super Bowl 2026 ha generado un intenso debate sobre su significado cultural.
No se trata sólo de un músico en el escenario más visto de Estados Unidos, sino de uno que interseca temas de representación cultural, dinámicas poscoloniales, ideología y tensiones políticas contemporáneas, a la vez que provoca lecturas y significados para los latinos en Estados Unidos, para Puerto Rico y para el resto de los países que se sienten interpelados por las narrativas y el performance de Bad Bunny. Cabe pensar en ese público a quien va dirigido el Super Bowl en Estados Unidos.
Ante la participación de Bad Bunny en el half-time del Super Bowl 2026, nos preguntamos a quién le habla el Super Bowl en Estados Unidos, es decir, ¿quiénes son sus audiencias?
En la última década, la National Football League (NFL) ha buscado ampliar la diversidad de su audiencia y mitigar las críticas de exclusión.
Las cifras respaldan esta tendencia. Según los datos de la empresa Nielsen, el porcentaje de espectadores hispanos/latinos del Super Bowl subió de alrededor de 10% en 2016 a 14% en 2024, reflejando la creciente influencia latina en el público deportivo.
A la par, la audiencia femenina ha alcanzado máximos históricos. Los datos de Sports Media Watch indican que en el Super Bowl de 2024 las mujeres representaron 47.5% de la audiencia total, la proporción más alta registrada para este evento.
Por otro lado, la retransmisión en español de 2024 con 2.3 millones de televidentes en Univisión, se convirtió en el Super Bowl en español más visto hasta entonces.
La tendencia continuó y, según los datos de Nielsen, el Super Bowl de 2025 tuvo la mayor audiencia televisiva de la historia, con 127.7 millones de espectadores combinando plataformas de transmisión, y con crecimientos destacables en espectadores mujeres y latinos.
Estos datos evidencian un cambio demográfico y cultural. El fútbol americano ya no es consumido sólo por el típico aficionado anglosajón masculino blanco, sino por un público cada vez más diverso en género y etnia.
Este viraje coincide con las decisiones estratégicas de la NFL en sus espectáculos. La liga firmó en 2019 una alianza con la empresa Roc Nation de Jay-Z para producir los espectáculos del half-time. Esta colaboración ha desembocado en una clara apuesta por la diversidad cultural de los artistas contratados.
El primer espectáculo bajo este convenio fue el medio tiempo latino de 2020 con Jennifer López y Shakira, que incorporó ritmos latinos, idioma español e incluso mensajes políticos simbólicos. Aquella presentación con dos mujeres latinas en el escenario pop más grande de EE. UU. se interpretó como un hito de representación, que también incluyó una fuerte crítica social a la política migratoria de Trump mostrando niños dentro de jaulas iluminadas.
Además, la aparición de Jennifer López envuelta en una bandera puertorriqueña por un lado y estadounidense por el otro, mientras sonaba la canción de Bruce Springsteen “Born in the USA”, fueron leídos como referencias directas a la política antiinmigrante de Trump y un recordatorio de que en Estados Unidos viven miles de latinos de origen puertorriqueños.
Estos gestos visibilizaron la situación de los niños migrantes detenidos en la frontera y reafirmaron el orgullo latino en un contexto de retórica oficial hostil hacia los inmigrantes y los latinos.
No cabe duda de que el legado cultural y político del trumpismo forma un telón de fondo imprescindible para pensar el espectáculo del half-time para el público latino de Estados Unidos.
Durante la primera presidencia de Trump se normalizaron los discursos antiinmigrantes, se agudizaron las tensiones raciales y resurgieron visiones nacionalistas excluyentes. La consigna “Make America Great Again” acompaña políticas contra emigrantes latinoamericanos, una retórica denigrante hacia los latinos y un clima de sospecha hacia la diversidad.
Durante el segundo mandato de Trump, todo esto se agudiza aún más en la sociedad estadounidense, reflejando una enorme polarización en torno a eventos culturales como el half-time, entre otros.
Encontramos que presentaciones de alto perfil con mensajes de diversidad suelen desatar reacciones encontradas. Por ejemplo, cuando Kendrick Lamar protagonizó el half-time de 2025 con temática de justicia racial que incluyó a bailarines afroamericanos formando la bandera de EE. UU. y al actor Samuel L. Jackson personificando a un “Tío Sam” que denunciaba el racismo sistémico, fue aclamado por muchos, pero también condenado por los sectores conservadores.
En años anteriores sucedió algo similar con Beyoncé en 2016, cuyo show homenajeó al movimiento Black Lives Matter, provocando llamados a boicot desde la derecha.
En suma, el Super Bowl se ha convertido en un campo simbólico de batalla cultural. La NFL intenta reflejar y capitalizar la diversidad de su audiencia, mientras grupos ultraconservadores lo perciben como una afrenta a la tradición.
Este choque queda de manifiesto con el anuncio de Bad Bunny para 2026. Por un lado, miles celebran que un artista latino que habla en español lleve su cultura a la plataforma de entretenimiento más vista de EE.UU.
El propio Bad Bunny declaró que el show va más allá de él e indica que lo dedica a “mi gente, mi cultura y nuestra historia. Ve y dile a tu abuela, que seremos el half-time show del Super Bowl”. La frase en español retumba con el orgullo nacional puertorriqueño y con la idea de representar a toda la nación puertorriqueña, desde las abuelas hasta los jóvenes.
Sin embargo, del otro lado surgió de inmediato la indignación de voces afines al trumpismo y su MAGA. Comentaristas de derecha denunciaron que la NFL prefería a un “activista anti-ICE, fanático anti-Trump, sin canciones en inglés” en vez de a artistas “patriotas”.
Influencers MAGA clamaron que esto prueba cómo la “cultura woke” se ha infiltrado en el fútbol americano. Algunos avivaron teorías conspirativas, señalando que “el mejor amigo de Obama, Jay-Z” maneja la selección de artistas para supuestamente “pudrir los hogares americanos desde adentro”.
Las críticas destilan xenofobia y transfobia, burlándose de los atuendos de falda, pintalabios y uñas que Bad Bunny a veces viste y temen la presencia del español en el evento. La crispación muestra que, a ojos de este sector estadounidense, la elección de un puertorriqueño, caribeño, no es inocua sino cargada de significados políticos.
Para ellos, Bad Bunny encarna todo lo que rechazan: inmigración, disidencia de género, pluralismo político, etc. El espectáculo se convierte en un símbolo de la lucha cultural actual.
Bad Bunny en el Super Bowl constituye una representación cultural. Es un fenómeno poscolonial de la colonia Puerto Rico y un espectáculo ideológico.
La pregunta clave es qué representa Bad Bunny en este escenario y cómo influye en la identidad cultural latina estadounidense a través de su representación. Es decir, las imágenes y narrativas mediáticas no sólo reflejan quiénes somos, sino que activamente producen también significado e identidad.
Sabemos que tradicionalmente el Super Bowl half-time actúa como un escenario de representación hegemónica estadounidense de su sentido de lo nacional. Por lo general, los artistas escogidos encarnaban valores culturales dominantes en Estados Unidos.
Que en 2026 el elegido sea Bad Bunny –un puertorriqueño, cantante de reggaetón y trap en español– tiene un peso representativo enorme. Para millones de latinos y latinas en EE. UU., verlo allí supone verse así mismos incluidos en la narrativa mainstream de ese país.
El espectáculo deviene un espacio de negociación identitaria: la latinidad, el idioma español y las estéticas caribeñas se colocan al centro de la cultura pop estadounidense por 15 minutos. Esto contribuye a redefinir para esta población aspectos nóveles para la construcción de la identidad estadounidense contemporánea, ampliando sus límites para integrar elementos antes marginados.
El propio Bad Bunny parece consciente de portar esa carga simbólica. Su afirmación de que “es por mi gente, mi cultura y nuestra historia” evidencia que asume el rol de representante cultural. Podemos argumentar que está rearticulando la identidad latina en Estados Unidos, presentándola con orgullo y en sus propios términos, cantando en español, usando símbolos puertorriqueños como la pava tradicional que luce en el video promocional.
Este acto de mostrarse tal cual es, sin traducir sus canciones al inglés, sin diluir su estilo, desafía viejos patrones de asimilación donde las minorías debían “blanquearse” o ajustarse para ser aceptadas. La audiencia está invitada a apreciar y celebrar una identidad híbrida: latina, bilingüe, joven, que forma parte del tejido cultural estadounidense.
Bad Bunny se convierte en un signo mediático de un Estados Unidos diversos. Su presencia en el half-time condensa significados de diversidad, globalización y cambio generacional de ese país. Para las nuevas generaciones latinas en EE. UU., este half-time refuerza un sentido de pertenencia y visibilidad: “si él llegó ahí, nosotros también somos parte de esa historia”.
Estamos ante un proceso de identificación colectiva, donde la comunidad latina estadounidense se ve reflejada en un ícono pop en el evento deportivo más visto. La identidad cultural latina se valida en un espacio antes reservado a artistas anglo, fortaleciéndola con un orgullo identitario y otorgándole confianza cultural a sus miembros.