Es inevitable. Estamos a las puertas del periodo electoral. Y al margen de las dudas sobre la operación del sistema para garantizar resultados confiables y fieles a la voluntad del electorado, me parece que hay sobre la mesa montones de preguntas sin contestar que van a la medula de la viabilidad de la isla. Así de serio. Y cuando digo que “no tienen respuestas” me refiero a las que deben producir en la forma de propuestas específicas. Porque la realidad es que expertos locales han lanzado sus recomendaciones durante años. Solo falta quien esté dispuesto a escuchar y, luego, aprender.
Hablemos del “nuevo Puerto Rico”. Ese que se acerca a paso inminente, pero para el que seguimos enajenados sin comenzar a prepararnos.
Uno de sus grandes retos: Reducción poblacional: El problema no necesita mayor explicación cuando descubrimos que hoy viven más puertorriqueños fuera de la isla que dentro de ella. Nuestra población va menguando y, quienes quedan, no tienen suficientes hijos como para mantener la rueda económica y social circulando. Si no hay suficientes ciudadanos, ¿quiénes van a convertirse en la mano de obra para todos los proyectos de reconstrucción para los que se han asignado miles de millones de dólares en fondos federales? ¿Quiénes pagarán las contribuciones para mantener operacional el aparato gubernamental, aportar al pago de pensiones y las agencias funcionando? Una vez termine el influjo de fondos federales, ¿cuál es nuestro plan de desarrollo económico que garantice la entrada de capital y la generación de empleos? Yo no lo sé. Aunque el secretario de Desarrollo Económico, Manuel Cidre, ha insistido en que ese plan existe, los economistas parecen haber coincidido en que el “plan” en cuestión no pasa de ser una “lista de deseos” que no cuenta con métricas o la metodología para darle una ruta clara. Es decir, ¿cuáles serán las industrias que generarán el capital y empleos en Puerto Rico? ¿Dónde y cómo se van a establecer? ¿Cuántos empleos generarán? Para conseguirlo, ¿cuáles deberán ser las profesiones que la Academia deberá impulsar para garantizar que tendremos mano de obra diestra y compatible con nuestra intención de desarrollo económico? ¿Usted lo sabe?
Hablemos ahora el costo de vivir y producir en la isla. Durante décadas se repitió hasta el cansancio que para impulsar el motor económico de la Isla había que reducir los costos de operación, bajar lo que se paga por producir energía y fomentar un sistema estable y atractivo. Sin embargo, no es secreto que nuestro sistema eléctrico es apenas un despojo de lo que en algún momento fue. Entonces, es importante cuestionarnos cómo -además de “con la boca”- es que vamos a impulsar un ecosistema local que haga que se nos vea como un lugar de inversión, capaz de competir con el resto de la región.
A lo anterior añada el tema de la oferta académica y el futuro de la Universidad del Estado. Parece evidente que, si la población se ha reducido, entonces hay menos alumnos locales por los que se pelean todas las instituciones de educación superior. Una batalla en la que todos pierden, sobre todo quienes menos se preparen para dar la batalla. ¿Qué está haciendo el Gobierno para evitar la fuga de matrícula? Por años se ha hablado de mirar a la diáspora y a las comunidades hispanas de los Estados Unidos. Sus hijos son alumnos potenciales de la Universidad de Puerto Rico. Una universidad con certificaciones reconocidas en los Estados Unidos y un nivel alto de competitividad, sin los costos enormes de educación universitaria de sus contrapartes en el Norte. ¿Cuándo comenzamos a seducirlos para que nos consideren como centro de estudios de la misma forma que estudiantes locales se marchan a universidades en Estados Unidos? ¿Cuándo apostamos en serio a ampliar la oferta “on-line” para atraer a alumnos internacionales? Ante el incremento en la oferta de cursos técnicos alineados al presente de nuestro mercado laboral, ¿convendría adaptar la oferta académica de algunos de los once recintos para competir contra instituciones privadas que hoy se llevan gran parte del bizcocho? El amplio éxito de los colegios técnicos -muchos de ellos más caros y con un menor nivel de calidad académica- nos dice que es muy probable que la universidad del estado pueda insertarse con éxito en ese renglón de la oferta en preparación ocupacional.
Ahora hablemos de la salud. Ese sistema del que todos reconocen que tiene problemas. Pero habiéndose diagnosticado las razones, no se toman los pasos necesarios de política pública para frenar el poder descontrolado de aseguradoras que se dan el lujo de rechazar a nuevos médicos en sus redes de proveedores. O cómo se explica que tengamos escasez de especialistas y médicos cuando todos los años las escuelas locales gradúan a cientos de nuevos profesionales.
Con el crimen es el mismo cantar. Llevamos décadas perdiendo la batalla contra el narcotráfico. Una batalla donde no solo no hemos ganado terreno, sino que lo vamos perdiendo al ver cómo se reduce la edad de los varones que caen en sus garras. Adolescentes de 13, 14 y 15 años que mueren asesinados a razón de diez cada semana. Todos afirman que hay que combatirlo pero no dicen cómo, más allá de apostar a la fórmula de siempre. Esa que no nos ha funcionado. Ni más policías, ni más equipos ni nombres rimbombantes para bautizar los planes anticrímenes han podido ni podrán hacernos ganar. Mientras, seguimos ignorando modelos que han producido mejores resultados si se mira la experiencia internacional.
En fin, que la lista de problemas a los que nos enfrentamos es extensa y las propuestas específicas para atenderlos, limitadas. Se nos va el tiempo en musarañas; en pajaritos preña’os. vistosos, pero con poca sustancia. De esas propuestas que llenan el ojo a los electores como las calorías huecas. Sin sustancia. Seguimos llenando la burbuja con boberías hasta que la realidad venga y la reviente. Quizá ya sea muy tarde.